¡Que Dios te guarde, Maestro!

Eran los últimos días del año 2000 cuando tuve la suerte de conocerte. Pronto adiviné la calidad humana que llevabas dentro: afable, cordial, sencillo… Yo sabía de tus conocimientos musicales por referencias, pero pronto adiviné que tu principal cualidad era la de ser una gran persona. ¡Cuántos ratos charlamos junto al viejo Museo, sentados en aquellas sillas plegables de madera…! Cambiábamos impresiones de nuestras aficiones y la música, siempre atento a tus consejos… Más de un día nos juntamos Cecilio Gallego, q.e.p.d., paisano y amigo, tú y yo, allí donde ensayábais. Siempre tenías algo que decir, y nosotros que aprender, me contabas que un amigo de la Mancha quería escribir tus memorias (Andrés Moreno González, a quien tú me presentaste). Comentabas que estabas recopilando datos de tu vida para entregárselos… Yo percibía que la memoria te empezaba a fallar, no retenías ciertos detalles con nitidez. Gracias a este buen amigo que escribió tus memorias «RICARDO LAFUENTE AGUADO, vida y obra de un torrevejense predilecto», que me dedicaste con todo el cariño, hoy queda el reflejo de lo que has sido para Torrevieja… ¡Cuántos amigos habrás dejado a lo largo de tu vida…! Jamás escuché una voz que no repitiese la misma frase de siempre…: ¡Qué buena persona es! ¡Qué sencillez de hombre! Y, así, querido Ricardo, entraste en un camino demasiado breve, como diría Miguel Hernández: «Temprano madrugó la madrugada…». Recuerdo que un día te dije, Maestro: «¿Te importa que te haga una entrevista para grabarla y tener un recuerdo tuyo? Y, como no podía ser de otra manera, accediste con mucho gusto. Yo era consciente, tu lucidez se apagaba por momentos… Grabamos una pequeña entrevista. Para abrirla, interpretaste al piano con exquisita calidad tu «Torrevieja». Después hablamos de tu trayectoria musical, de tu vida, de tus condecoraciones, etc. Recuerdo que, en ocasiones, tenía que salir al encuentro de tus respuestas, porque ya se atisbaban pequeños fallos en la hilaridad de tu conversación. A pesar de todo, sacaste una nota muy alta, Maestro, para estar ya iniciando tu deterioro… Al terminar ésta, te pedí si te atrevías a interpretar al piano «Golondrina de amor», tu segundo himno… y también lo hiciste de maravilla. Yo estaba muy satisfecho, no sabía cómo devolverte el favor que me acababas de hacer. Recuerdo que te dije, Maestro: «¿Le gusta a Ud. (siempre te llamé así) el queso y el vino de la Mancha?», y me dijiste: «¡Claro que sí!». Fue entonces cuando te propuse: «Si le parece a Ud. bien, vamos a casa y tomamos unos aperitivos de mi tierra, después le traigo, ¿vale?»… Ya no estabas para volver desde Diego Ramírez frente a la residencia de la tercera edad, tú solo. Residencia que, en breve, te acogería en el último tramo de tu vida. No me fiaba por si surgía algún problema… Fue un rato inolvidable que también tengo grabado. Allí brindamos por tu salud, y me prometiste ponerle música a una habanera que yo con mucho cariño compuse y que titulé «Sólo quería soñar». Intenté por todos los medios que así fuera, pero no pudo ser, fue más deprisa tu deterioro… Me hubiese encantado, pero con el recuerdo de tus últimas charlas lúcidas me conformo. Te he visitado siempre que he podido cuando iba a  Torrevieja, se te notaba de día en día… La última vez que estuve contigo fue este pasado mes de julio. Todavía nos conocías a tu manera, con la mirada casi perdida, pero, a la pregunta de tu sobrino Ricardo («tío, ¿les conoces?»), y con la ternura de siempre, hiciste el ademán de darnos un beso, que nosotros, mi esposa y yo, salimos a tu encuentro y materializamos… Fue el último beso, Maestro. Cuando íbamos por Torrevieja tenía dos fuerzas contrapuestas: una te quería ver, y en la otra me daba pena hacerlo, como te veía cada vez más demacrado… era gozar y sufrir a la vez, pero así y todo yo decía: «tengo la obligación moral de hacerlo», y así lo hicimos varias veces. Eras demasiado bueno para, en circunstancias como las que estabas pasando, hacer la vista gorda para no sufrir… Desde el cielo que te ganaste a pulso, intercede a Dios por nosotros, que aquí en la tierra desde Torrevieja y el resto de España seguiremos pidiendo por ti.
Maestro: Con un ahogo por la emoción de tu recuerdo, con mis ojos llenos de lágrimas, le pido a Dios que te acoja en su Reino. Tu amigo de Toledo jamás te olvidará… DESCANSA EN PAZ, QUERIDO AMIGO Y MAESTRO.

Ramón Casanova Quijorna

Sé el primero en comentar

Dejar una contestacion

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.


*


*