Andrés Pajares, «el crepúsculo de los dioses»

Un cronista televisivo que se precie no puede pasar por alto lo que han supuesto, como fenómeno televisivo y periodístico de primer orden, las últimas andanzas del crápula Andrés Pajares. A saber, todo comenzó con la suspensión en el Teatro Arlequín de Madrid de una obra que pretendía ser el homenaje a 50 años de carrera profesional. Esa misma noche, con el rostro desencajado y con un comportamiento soez, mandó a la m… a periodistas e interesados en su causa. Unos días después, destrozó la habitación de un hotel, siendo internado durante unos días en un hospital. Hace unos días, asaltó un bufete de abogados, al más puro estilo cutre, incluyendo gorra, bigote postizo y falsa pistola. Pasó por los juzgados y salió en libertad con cargos… pero, no contento con esto, se largó a Barcelona y se hospedó en el Hotel Ars, uno de los de la élite. Allí volvió a destrozar una habitación, y de nuevo otro ingreso.
Para empezar, si en lugar de Pajares soy yo el que asalta un bufete de abogados, a mordisco limpio y con daño a las personas, aún estoy en el calabozo y seguro que de una buena condena no me libra ni Dios.
A raíz de aquello, comenzó a sonar aquello de… «pajaritos a cantar». Y los programas del esperpento invitaron, comenzando por él mismo, a todo el que tuviera que ver con el personaje. Abrieron sus sentimientos en canal, dejando las vísceras al aire, para banquete de una audiencia ávida de morbo.
Quizá el motivo principal de todo lo que le ocurre al otrora alabado Pajares es no aceptar que, llegado un momento de una carrera, cuando no cuentas con el favor del público, lo mejor es hacer las maletas y salir por la puerta grande. Ahora se quiere culpar que si a Mari Cielo o las Conchis y Chonchis y Andresitos. Sólo él sabe la educación que le dio a sus hijos, pues ya se sabe aquello de que el que siembra vientos recoge tempestades. La cuestión es que «entre todos lo mataron y él solito se murió».
Andrés Pajares, aquel actor que tanto nos hizo disfrutar con el mito de la España de playa y ligue fácil, aquel que bordó el papel de «¡Ay, Carmela!», es ahora un ídolo con los pies de barro.

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