Veinte años de pedrismo

María Jesús Díaz Puebla
Concejal del Grupo Municipal Socialista

Se celebra estos días el veinte aniversario de la llegada de Pedro Ángel Hernández Mateo a la alcaldía de Torrevieja -por una moción de censura, fraguada por desencuentros entre socialistas- que arrebataron al PSOE lo que el pueblo le había dado en las urnas.
Mucho ha llovido desde entonces, y mucho ha cambiado Torrevieja. No vamos a decir que todo para mal, porque además de injusto, no sería cierto. Como tampoco es cierto que en esos veinte años la gestión de Pedro Ángel Hernández Mateo no haya tenido sombras. Estos días vemos biografías hagiográficas, que parecen destinadas a llevar a Pedro Ángel Hernández Mateo a los altares.
Torrevieja ha cambiado mucho en los veinte años de su regiduría. Para bien y para mal. Es verdad que ha crecido, pero también es verdad que se ha convertido más en una ciudad grande que en una gran ciudad. Porque, aunque los hagiógrafos de Pedro Ángel Hernández Mateo canten las excelencias de sus mandatos, sin encontrar tacha alguna a su gestión, es verdad que hemos crecido, pero también es verdad que lo hemos hecho desordenadamente. No hay más que pasear por esta urbe, desordenada y anárquica en muchos lugares, para darse cuenta de que durante muchos años los constructores hicieron de su capa un sayo, sin que el admirado alcalde cuyo veinte años de mandato se cumplen les pusiera coto a sus variados dislates.
Torrevieja ha crecido, es verdad, pero ha crecido feamente, sin una mínima unidad arquitectónica, sin criterios estéticos o urbanísticos. Presumen sus seguidores de que el alcalde ha convertido a Torrevieja en un envidiable destino turístico, pero todos sabemos que el turismo de nuestra ciudad es el eterno turismo de pipas, paseo y playas del que siempre se han quejado, con más o menos fuerza, comerciantes y hosteleros. Aunque lo hayan hecho en voz baja, porque aquí, en estos veinte años, el que se ha movido no sale en la foto. La chanza del apartamento en Torrevieja es algo que por desgracia nos acompañará siempre. Aún sigue siendo objeto de ironías en anuncios o programas de humor. Porque Torrevieja nunca ha sido un destino turístico apreciado por aquellos que podían acudir a cualquier otro lugar. Y cada vez lo será menos. A la masificación urbanística que ha dado lugar a playas hacinadas, y a la ausencia de zonas verdes en muchas urbanizaciones, y en el centro del casco urbano, se suma el poco cuidado de la limpieza. Ya puede hablar de escobas de oro o de escobas mágicas… porque lo cierto es que Torrevieja es una ciudad cada día más sucia, menos cuidada, con un aspecto más dejado.
Durante su mandato, ha habido, claro, luces y sombras. No todo han sido las brillantes luces que se empeñan en hacernos creer sus admiradores. También ha habido sombras, que sus fieles se empeñan en negar siempre, atribuyendo a quienes hacen la crítica a su mal querer no sólo a su persona, sino a su ciudad; su ciudad no como lugar de nacimiento vida y trabajo, sino la ciudad de su propiedad. Por eso siempre se ha querido identificar a Pedro Ángel Hernández Mateo con Torrevieja. Y quien haya criticado su gestión o sus decisiones no es que haya sido un adversario político, sino un enemigo del pueblo. Si alguien ha criticado alguna vez la masificación urbanística, el despilfarro del gasto, o la falta de zonas verdes, por ejemplo, no lo ha hecho, a juicio del alcalde o de sus seguidores, por querer mejorar la ciudad, sino por un malvado «antipedrismo». Porque, al igual que el Rey Sol, que decía «El Estado soy yo», Pedro Ángel Hernández Mateo se empeña en ser Torrevieja. Por eso, cuando le han rozado temas judiciales, no ha sido sino por la maldad de «los antitorrevieja», nunca ha asumido el regidor que en ciertas cuestiones, un político, como la mujer del César, no sólo ha de ser honrado, sino parecerlo.
A los veinte años de su mandato, cuando se debe estar pensando en desdecirse de esa anunciada retirada, porque aún considera que quedan cosas que hacer, zonas por urbanizar y árboles que talar -como los de la Plaza de la Ermita, que veremos sustituidos por macetones con arbolillos- ni una sola autocrítica empaña sus acciones. Ni él reconoce haber cometido un solo error en los veinte años de su mandato, ni sus corifeos osan tampoco apuntar la más mínima crítica. Si siguen las crónicas laudatorias, a este paso, cualquier admirador pedirá su subida a los altares.

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