Sobre el Hospital de Torrevieja

Acabo de visualizar la web del Hospital de Torrevieja y de leer su contenido, y, en concreto, las excelencias que se describen respecto al servicio de Urgencias se confrontan con la realidad que me ha tocado vivir hace breves semanas, en primera persona.
Una caída fortuita en mi casa, fractura de la tibia y peroné, llamada al 112, y traslado en ambulancia al servicio de Urgencias del Hospital más cercano, el Hospital de Torrevieja.
Son las once de la noche.
Me trasladan de la camilla de la ambulancia a una camilla del Hospital que arriman contra la pared del pasillo, a medio camino entre la recepción, a mi izquierda, y otro hueco, o pasillo, a mi derecha, donde se encuentra, enfrascado en labores informáticas, el médico de Urgencias. Éste, molesto por los quejidos que me provocan los dolores casi insoportables, lanza a voz en grito: «¡Quitadme a esta mujer de aquí, no puedo concentrarme y aún espero a dos paquetes más!». Sin duda, sobran los comentarios respecto a lo que se deduce de esta frase: un paciente es un paquete. Así de rotundo. Y es prioritario el tecleo en el ordenador que interesarse por aliviar el sufrimiento del paquete aquí presente.
¡Que conste que no tengo nada contra los calvos en general ni contra los calvos con acento sudamericano en particular!
Transcurrieron minutos interminables, sola, hasta que empezaron a ocuparse de mí.
No me dio la impresión de una saturación de ingresos, pero sí de desorden, de caos organizativo, de falta de personal en activo -aunque no faltara personal que le diera activamente a la «sin hueso»-.
Eran las 2 de la mañana cuando me llevaron a las llamadas «habitaciones de observación», que ni son habitaciones, ni nadie parece estar pendiente de observar. Pasa que a un box se le llame habitación, pero no es de recibo la falta de atención, la inexistencia de un simple botón de llamada, y que tengas que llamar a voces para que acuda alguien si tienes una necesidad fisiológica, que has de realizar sin ningún respeto a tu intimidad.
Hora y media después, me vuelven a buscar: hay que operar. Entretanto, me colocan una férula que alivia esta pierna doliente. Nueva estancia de cerca de 5 horas en la sala de observación, hasta mi traslado a una habitación de planta.
Absoluta soledad de la paciente y total desinformación a mi marido, al que habían despachado muchas horas antes desde la misma puerta del servicio de Urgencias.
Son las nueve de la mañana del día siguiente.
Dos médicos especialistas me visitan para anunciarme que estoy en lista para operar, pero que una cruz sugiere problemas administrativos y les impide actuar.
El Hospital está pendiente de recibir el visto bueno de mi seguro médico.
Son las 6 de la tarde.
Diecinueve horas han transcurrido desde mi ingreso en Urgencias hasta la intervención.
Magnífico ejemplo de una Sanidad Pública en manos de una gestión privada.
El paciente es un paquete que sólo se recibe previo portes pagados.

Miren Vilella Arriortua

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