Primer manifiesto de la indignación

La única finalidad procedente debe ser la reconstrucción de la sociedad sobre tales cimientos que la pobreza sea imposible. Todos los miembros que componen la comunidad deben compartir la prosperidad y el bienestar de la sociedad.
El socialismo, el comunismo, el anarquismo, la indignación ciudadana, o como quiera que lo llamemos, ha de convertir la propiedad privada en riqueza pública y reemplazar la competencia por la cooperación. Se ha de restablecer al fin a la sociedad en su verdadera condición de organismo saludable, asegurándose la prosperidad material de todos los miembros de la comunidad.
Hay muchos seres humanos que, no disponiendo de la menor propiedad personal y hallándose siempre al borde del hambre o la necesidad, se ven en la precisión de trabajar como animales de carga, de llevar a cabo un trabajo para el que no son aptos y al que sólo les obliga la tiranía imperiosa, irracional y degradante del patrón, o como llaman ahora, de los mercados, que son en realidad la escoria de la sociedad: banqueros, chacales de la bolsa, industriales, inmobiliarios, aseguradores, y las diferentes madrigueras fiscales (mal llamados paraísos) a nivel mundial. No nos olvidemos de sus políticos paniaguados, que actúan en la práctica como auténticos estómagos agradecidos.
Los seres humanos han llegado a creer que lo importante es tener, olvidando que en realidad, lo único importante es ser, ya que la verdadera perfección del hombre reside no en lo que tiene, sino en lo que es. Lo deplorable es que la sociedad se halle edificada sobre tales cimientos que el hombre se vea obligado a una rutina en la que no puede desarrollar libremente lo que hay en él de maravilloso, sugestivo y delicioso, y en la que, por otra parte, no puede hallar el verdadero goce y la alegría de vivir.
Lo que un hombre posee realmente, lo único que posee, es lo que hay dentro de él, aquello que lleva en sí mismo. Suprimiendo la gran y mediana propiedad privada, tendríamos un individualismo puro, integral y magnífico. Nadie derrocharía neciamente su vida en la acumulación de las cosas y de los símbolos de las cosas. Se viviría. Y vivir es lo más raro de este mundo. Pues la mayor parte de los hombres no hacemos otra cosa que existir.
El Estado, como emanación de la base social, tendría que renunciar a toda idea de gobierno, pues toda autoridad es degradante, degrada a los que la ejercen y degrada a aquellos sobre los cuales se ejerce.
Cuando cada miembro de la comunidad tenga lo bastante para atender a sus necesidades, sin tener que temer la intrusión del vecino, tampoco tendrá a su vez interés alguno en invadir la vida de nadie.
Pero si el Estado no gobierna, quizá nos preguntemos: ¿cuál será la misión del Estado? Pues bien, el Estado sería una simple asociación voluntaria, encargada de organizar el trabajo y de producir y distribuir los artículos de primera necesidad. Al Estado le corresponde hacer lo que es útil; al individuo hacer lo que es bello y cuanto lo realiza como persona.
Hasta ahora el ser humano ha sido el siervo de la máquina y de la economía. Y no deja de ser trágico que, apenas se ha inventado una máquina que realiza su trabajo, el ser humano empieza a pasar necesidad o a morirse de hambre. Es irrebatible que cuando alguien posee una máquina que lleva a cabo el trabajo de quinientos hombres, la consecuencia inmediata es que quinientos hombres se quedan sin trabajo, comienzan a pasar hambre y terminan por dedicarse al alcohol o al robo. El propietario se asegura el producto de la máquina y lo guarda para sí, ganando así quinientas veces más de lo que debería ganar. En cambio, si dicha máquina fuese propiedad de todos, todos se beneficiarían con su trabajo.
La ventaja para el mundo sería inmensa. Todo trabajo no intelectual, todo trabajo monótono y tedioso, todo trabajo repugnante que implicase condiciones desagradables, debería ser llevado a cabo por las máquinas. Hoy en día la máquina hace la competencia al hombre. En el futuro, cuando las cosas sean lo que debe de ser, la máquina y la economía servirán al hombre.
La esclavitud humana actual es injusta, precaria y desmoralizadora, porque depende de la esclavitud de los mercaderes y de la servidumbre de la máquina. En todas las grandes ciudades y hasta en cada casa, si es preciso, deberá haber grandes reservas de fuerzas, susceptibles de ser convertidas por el hombre, con arreglo a sus necesidades, en calor, luz o movimiento.
Un individuo obligado a trabajar para beneficio de los patrones, y con arreglo a las necesidades y deseos de éstos, no trabaja con interés, y, por consiguiente, no puede poner en su trabajo lo mejor de él mismo.
Lo que el ser humano ha buscado constantemente no es sino la vida. Ha tratado de vivir intensamente, plenamente, perfectamente. Cuando logre hacerlo así sin ejercer la menor violencia sobre los demás, ni tener tampoco que sufrirla, y todas sus actividades sean gratas para él, el hombre será más sano, más saludable, más civilizado, más él mismo. El placer en él será la piedra de toque de la naturaleza, su signo de aprobación. Pues cuando ser humano es dichoso, se siente en armonía consigo mismo y con cuanto le rodea. En definitiva, es feliz.

José García Pérez

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