¿Violencia compartida o custodia de género? (Otra teoría de la conspiración)

Manuel Bueno
Director de Colesterol Teatro

«Ya conocen las noticias…» (violencia doméstica, violencia machista, violencia de género…), «ahora, les contaremos la verdad»…(violencia financiera, violencia religiosa, violencia psicológica, violencia pasiva, en resumen, violencia de Estado). Pues bien, como no soy guionista de «El Intermedio» (la Sexta tv), pero sí formo parte de esta comunidad acientífica de escritores anónimos e irrelevantes que nos rodea, trataré, como siempre, de dar al César lo de dios, y adiós (taluego, Lucas) nada, porque no existe.
El AMOR (dar) y el PODER (someter), juntos, son un cóctel irremediablemente perverso que suele terminar en cualquiera de las violencias adjetivadas en las primeras líneas de este artículo. Y el «mecanismo» de REPRESIÓN (te prohíbo hacer esto), FRUSTRACIÓN (acumulación de energía negativa), AGRESIÓN (violencia), es el camino por el que transitan la mayor parte de los actos violentos que, día a día, las noticias nos detallan morbosamente, mientras nos tomamos un martini mirando a las nubes, asistiendo (pero, no) a lo que ocurre a nuestro alrededor indolentemente.
Por desgracia, todos estamos involucrados en ese irremediable corredor (sin retorno) del AMOR Y LA MUERTE. La vida, algo que sucede a cada instante también (afortunadamente) figura muy lejos de todas estas artimañas (inventadas por el ser humano) que transforman aquello que, en principio, estaba destinado al consuelo de nuestras soledades (el amor) en la lucha más irracional por EL PODER en cualquier relación (de pareja, que es nuestro caso). Efectivamente, la lucha por el poder es una marca genética que el hombre (y la mujer) no ha logrado trascender, superar, transformar en algo positivo y relevante para acercarse a la felicidad a la estamos destinados indefectiblemente. Los asuntos, pues, de la violencia machista y la custodia compartida de los hijos de ambos tienen que asociarse, sin remedio, con la utilización abusiva del poder.
La mujer (y lo digo como hombre que se opone a cualquier transacción en la que la sexualidad intervenga como medio de obtener ventaja en las relaciones) es «dueña» de un poder (oculto y casual) que la naturaleza no le ha otorgado, pero que el propio hombre se ha encargado de ensalzar y alimentar (para desgracia de ambos) a través del tiempo.
La raza humana (y aquí empezaría la ciencia-ficción sociológica de este artículo), aquella que en su despegue trataba simplemente de sobrevivir, un buen día, se encontró con que el entorno se puso de su parte y comenzó a «prosperar»: de meros cazadores pasaron a ser agricultores y pequeños «ganaderos» de todo bicho que se dejaba domesticar. Los hijos, nacidos de la comuna primaria, crecieron aprendiendo nuevas fórmulas para seguir evolucionando y así añadir un poco de sosiego a sus muy duros inicios. Paralelamente a este avance es cuando los primeros pasos del «capitalismo primitivo» aparecen en la mente de cada homínido rampante: algunos de ellos fueron cultivando más tierras o, tal vez, hicieron mas acopio de cabras que otros menos ambiciosos, originando las primeras transacciones socio-alimentarias del momento. La sexualidad, entre los miembros de la tribu, se desarrollaba de manera natural, es decir, espontánea e instintivamente en grupo y su consecuencia: la prole, era alimentada y protegida por todos sus integrantes.
Pero pasó más tiempo (¿miles, millones, quizás sólo cientos de años? o ¿fue así desde siempre?) y la ingenua ambición se convirtió en AVARICIA y, lo de todos, pasó a PRIVATIZARSE compulsivamente (¡qué coincidencia!), explotando cada quien su parcela (las de los otros también) y sus cerdos tal y como su CODICIA le daba a entender. Los nuevos propietarios (consensuadamente o a porrazos) individualizaron su patrimonio, su destino y, en consecuencia, su prole. Efectivamente, los hijos, futuros herederos de estos grandes «accionistas» (de acción), serían los «propios», (ya no valían las dudas sobre la paternidad que antes pudiera existir al mezclarse indiscriminadamente todos los miembros de la manada). ¿Qué pasó entonces?, ¿cómo se arreglaron para solucionar el problema de la legitimidad de esos herederos? Pues,….PRIVATIZARON de nuevo!!! y RECORTARON LA SEXUALIDAD (¿cómo iba a ser de otra manera, si no?): La mujer, los hijos, las tierras y las gallinas pasaron a ser propiedad individual de ese nuevo hombre emergente.
Pero, llegado a este punto, ¿qué pinta el dios del comienzo de esta historia con todo este culebrón-burbuja prehistórico? Pues bien, este concepto sublime (dios), surge, ni más ni menos, del propio miedo que siempre acojona a este primer hombre ignorante (pero astuto), cuando se enfrenta ante aquellos fenómenos naturales que no sabe explicar. Además, la excusa sobre cualquier violación (padecida por la mujer procreadora de sus hijos) provocaría, nuevamente, dudas sobre quien sería el receptor del patrimonio «familiar», avalando así la necesidad de un dios entrando en escena. Efectivamente, era la solución: dios pondría las cosas en su sitio. Aunque, como estaba claro que dios como concepto no era (ni es) nada, llegó el momento en que el hombre liberal del lugar designó (a dedo) a toda clase de chamanes, hechiceros, sacerdotes y demás «iluminados» para que verbalizaran los deseos de ese espíritu invisible (es verdad, hasta ahora nadie lo ha visto, jeje..) respecto al comportamiento que deberían de observar la especie humana. «El sexo es malo», dijeron los monjes; «un asunto sucio», asintieron las monjas y «SIN PREMIO en la otra vida (¿cuál?) si piensas o sodomizas a la mujer del prójimo (vecino)» añadió el arzobispo de Beluchistán. El resto asintió, se lo pensaron dos veces y comenzaron a masturbarse.
Y, ¿ya está?. No, pero ya acabo. Las consecuencias fueron que el SEXO quedó REPRIMIDO, disparando tangencialmente la cadencia REPRESIÓN-FRUSTRACIÓN-AGRESIÓN entre la raza humana. Y, como todo lo que se censura, el sexo se hipervaloró y, por este hecho, la MUJER, sin proponérselo, pasó de ser PROPIEDAD a ser la auténtica PROPIETARIA de lo más deseado por el hombre. Resumiendo:
El hombre se equivoca dos veces; una, al utilizar su poder para privatizar (como objeto sexual poseído) a la mujer; dos, cuando se da cuenta de su error y la asesina.
La mujer sólo se equivoca una vez: cuando utiliza (PRIVATIZA) a los hijos, como hizo el hombre con ella.
Y, desde entonces, todo sigue igual o peor que en sus comienzos: el amor y el sexo se siguen confundiendo, el poder aplasta y la avaricia rompe el saco.

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