Cuentan las leyendas

Cuentan las leyendas que el rey Alfonso XIII, hijo póstumo de Alfonso XII y de Mª Cristina de Habsburgo-Lorena, empezó a reinar a los 16 años, por tanto era un cándido chiquillo que hubo de endurecerse, ya que los que le rodeaban y eran «perros viejos» pensaban que era moldeable como la arcilla, queriendo comérselo por sopa. Llevaba en su sangre la realeza y supo mandar desde el primer día. Cuando ya era adulto solía salir por las noches, acompañado de algún conde o duque, ambos embozados y con sombrero, para recorrer los mesones. Fue una de esas noches que, al salir de las Cuevas de Luis Candelas, en el Arco de Cuchilleros, junto a la Plaza Mayor, de pronto se echó sobre su real persona un borracho, que, con voz gangosa, le llamaba: «¡Hermano, compañero de fatigas!». Quedóse asombrado el monarca, pero luego, rehecho de la sorpresa, empezó a hablar con el beodo, que dijo llamarse Pedro. Al preguntar éste a S.M., le respondió: «¡Soy el Rey!», provocando la hilaridad del borrachín. En resumidas cuentas, Don Alfonso le dijo que su casa era el Palacio Real y Pedro le contó que no tenía familia y dormía en la calle bajo algún soportal. Juntos los 3 se fueron de vinos y, ya de madrugada, al llegar al Palacio, dijo el Rey: «Yo ya he llegado a casa». Pedro quedó atónito al ver cuadrarse a la Guardia Real y rendir sable. Se arrodilló pidiendo perdón y besando las manos de tan alto personaje. «Ven mañana a las 10 y pregunta por mí, amigo Pedro». Acto seguido entró en el patio de armas hasta desaparecer por la puerta principal. Al día siguiente llegó Pedro puntual a la cita fijada y los centinelas, al ver su atuendo, se mofaron de él, pero, ante su insistencia, se le avisó a S.M., que dio permiso para que se presentara ante él, eso sí, le bañaron, despiojaron y le vistieron con ropas limpias. Ya tenía Don Alfonso un pergamino, con la escritura de una casa en propiedad para su amigo el mendigo, una asignación mensual equivalente a unos 2 mil euros actuales y 1 puesto de trabajo en las Caballerizas Reales. Pedro lloraba mientras exclamaba enaltecido: «¡¡¡Viva el Rey!!! ¡¡¡Viva España!!!».

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