Dote macabra

Se estaba celebrando la boda entre Zitza, de 10 años, y Mosés, de 70. Se oían tambores, flautas, combos y otros instrumentos, mientras la gente de la aldea comía y bebía aquellos deliciosos manjares. A una señal determinada, se le retiró el velo de la cara a la novia; entonces se vio que era una niña, preciosa, eso sí, pero sin formas de mujer, sólo la belleza salvaje de la gente criada al aire libre. En los países «civilizados», aquella unión se consideraría una aberración, pero no allí, donde Mosés había pagado por ella 10 cabras: eso era casi lo que se daba por una princesa, además, el viejo le regaló al suegro un camello. ¿Quién pondría objeciones siendo tan elevada la dote? Al ponerse el sol, la nueva pareja entró en su choza, dejando al pueblo que siguiera divirtiéndose. Una vez a solas, el marido despojó a la pequeña de sus ropas a tirones, mientras ella, aterrada, gritaba. Se echó sobre su tierno cuerpecito, penetrándola. Fuera, nadie oía los alaridos de la niña a causa de la música, pero, aunque no hubiera sido así, tampoco podían intervenir, pues, una vez casados y cobrada la dote, el marido podía hacer lo que se le antojara con su mujer, hasta matarla. Al amanecer salió Mosés de la tienda con Zitza en los brazos, ¡MUERTA! La había reventado por dentro y con total desprecio la arrojó al suelo, exclamando: «¡Qué pena de dote que he dado por una mujer, que se muere por nada, en la noche de bodas! El hermano mayor de la chica, contraviniendo todas las reglas establecidas, se acercó a él y, con un enorme y curvo cuchillo, le cercenó la cabeza, separándola del cuerpo. «¡Mosés!», dijo el joven, «¡ésta es mi dote macabra para ti!»

Kartaojal

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