Pesan más los sentimientos que el oro

Poco dura la alegría en casa del pobre, pero también en la del rico, ya que el dinero no exime de desgracias. Arturo y Matías vivían con sus padres en un hermoso chalet; eran gente orgullosa, soberbia y les gustaba humillar a los de clase inferior, pero, un día, la diosa Fortuna volteó su cesto de prebendas, cebándose en ellos: el padre (piloto) se estrelló con el avión y la madre, al saberlo, sufrió un infarto del que no se rehízo; así, quedaron los dos chicos solos en aquella lujosa mansión. Las autoridades decidieron que Matías, el pequeño, de 10 años, fuese ingresado en un orfelinato, y Arturo, de 18, quedara en casa. Hubo que despedir a casi todo el servicio, pues los ingresos eran nulos y había que reducir gastos. Arturo se dedicó a medrar entre la alta sociedad, con la suerte de que, a los 22 años, se casó con la única hija de un multimillonario. Era tan feliz que se olvidó de todo, incluyendo a su hermano. Con el dinero de su esposa agrandaron y decoraron la residencia, llenándola de lámparas preciosas, objetos decorativos de valor inclaculable, espejos en las paredes, servidores «a porrillo», coches, caballos… Pero un día, aquella euforia se empañó con la llegada de Matías, que, al cumplir los 14 años, lo echaron del colegio de huérfanos y, por supuesto, fue a casa de sus padres, encontrándose aquellas maravillas y esplendor que da el dinero. Arturo le ofreció un puesto de trabajo en el almacén de sus negocios, y la cuñada le entregó un sobre lleno de billetes, para que se alquilara una casita y… «¡Cuando necesites ayuda, avisa!». «¿Qué te parece cómo ha quedado la casa?», dijo Arturo. «¡Falta lo más importante!», repuso el pequeño. «Y, ¿qué es lo más importante, según tú?», rió el mayor. «Entre tanto lujo no veo una foto de nuestros padres enmarcada en oro: es lo menos que se merece su memoria, teniendo en cuenta que esta casa era de ellos». Por lo visto, todos los recuerdos estaban olvidados en el desván. Una doncella trajo todo, pero Matías tomó la foto… «¡Sólo quería esto y ya lo tengo. Si en tu casa no hay un lugar preferente para ellos, tampoco lo hay para mí! ¡Adiós!». Dejó el sobre con el dinero encima del piano y salió de sus vidas para siempre.

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