El no creer nos lleva a la falta de misericordia

Cuántas personas, cuando van a la Secretaría de una Parroquia para solicitar el Bautismo de sus hijos (a veces son las abuelas y no los padres quienes solicitan este bendito Sacramento), ante la solicitud de documentación y estado civil de los padrinos, que no concuerda con lo que la familia quería; lo inmediato es decir de forma peyorativa: «¡Ah, pues no lo bautizo, así no van a recoger mucha gente!»; como si la Iglesia fuese un club u organización que quisiera incrementar sus socios. Lo malo de esto es que, una vez bautizado el niño/a, ya no vuelven por la iglesia para nada, ni comunión, ni confirmación e, incluso, ni matrimonio, por lo que produce la sensación de que el Bautismo sea una errónea conclusión de una superstición.
Jesús tiene una bonita parábola (especie de cuento que lleva consigo grandes enseñanzas) que dice: «Salió el sembrador a sembrar y parte de la semilla cayó en el camino, parte en la orilla del camino y parte en tierra buena. La que cayó en el camino fue pisoteada arrastrada por el aire y se perdió, la que cayo en la orilla del camino, germinó rápidamente, pero como tenía poca tierra, sus raíces se secaron pronto y también se perdió, la que cayó en tierra buena, una dio el 100% otra el 60% y otra el 30%, o sea, que dieron fruto. El que tenga oídos para oír que oiga». El significado de esta parábola lo entenderemos si cambiamos la semilla por la Palabra de Dios, unos la escuchan y pasan de ella, otros se entusiasman al principio, pero pronto se olvidan y también pasan de ella, y el resto son los que intentan permanecer constantemente fieles a la Palabra de Dios y al seguimiento de su personalidad.
Muchas personas, en ese principio de entusiasmo que hemos referido anteriormente, se compran una Biblia u otros libros relacionados con la misma, pero, como no tienen una preparación inicial, o no la entienden, o creen que Dios es un castigador que nos priva de toda libertad y que es un dictador que no permite que alguna vez tropieces y caigas en el pecado, etc., están totalmente en un gran error con respecto a lo que es la verdadera libertad.
Yo, si tenéis una Biblia a mano, de vuestros padres, abuelos o que se ha comprado para adornar el mueble del salón, echaría un vistazo al Nuevo Testamento, o sea, a la vida de Jesús y, en el Evangelio de San Lucas, leería la Parábola del «Hijo pródigo» o el «Hijo perdido», considerada por el Papa Francisco, Benedicto XVI, o San Juan Pablo II, como la «Lectio Divina».
Esta parábola fue contada por Jesús, con posterioridad a la de «La Oveja Perdida», aquel pastor que tenía cien ovejas y se le perdió una; entonces, dejando a las otras noventa y nueve, se marchó a buscar a la extraviada hasta que la encontró, se la echó sobre los hombros y regresó a su casa muy contento y celebró una fiesta, pues aquella oveja que se había perdido fue encontrada e incorporada a las demás. Pueden sustituir la oveja perdida por un «pecador» y al Pastor con el Padre Dios, el cual celebra una fiesta por cada pecador arrepentido.
También está la de la viuda que perdió una moneda, la cual es parecida a la anterior.
La principal de San Lucas, como anteriormente he indicado, es la del «Hijo pródigo» la cual pasamos a relatar y analizar brevemente, pues carezco de más espacio en «El Periódico».
Había un Padre que tenía dos hijos y una hacienda. Un día, el menor de los hijos le dijo: «Padre, dame la herencia que me corresponde, que me quiero marchar de casa». El Padre le entregó la herencia que le correspondía, a pesar de no ser el primogénito, y se marchó de casa con su fortuna. Al cabo de algún tiempo, y tras llevar una vida de fiestas, orgías y escandalosa, se dio cuenta de que se había quedado sin dinero, entonces no tuvo más remedio que ponerse a trabajar. Un judío le dio trabajo como cuidador de una piara de cerdos que, como ustedes ya saben, es un animal impuro para ellos; y muchos días, era tanta el hambre que pasaba, que se comía las algarrobas de los cerdos. Entonces, pensando, se dijo: «cualquier obrero de la viña de mi padre vive con su familia y comen perfectamente de los frutos de la misma, entonces iré a Casa de mi Padre y le diré: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, perdóname y dame un puesto de jornalero en tu hacienda»», entonces se marchó hacia la casa de su padre. Éste, que todos todos días subía al altozano de la hacienda para mirar el camino, ese día vio a su hijo venir por el mismo, entonces echó a correr hacia él y no lo dejó ni hablar, lo abrazó largamente, lo cubrió de besos y mandó a los criados, lavadlo, ponerle una túnica nueva, un anillo en sus manos y sandalias en los pies, matad al ternero cebado (1) y celebremos una gran fiesta, pues este hijo mío estaba perdido y lo hemos encontrado. El hermano mayor que regresaba de los campos, al escuchar el sonido de la música y de fiesta, preguntó a uno de los criados qué es lo que se celebraba y, éste le dijo, ha regresado tu hermano y tu padre lo ha vestido le ha puesto un anillo en la mano y ha matado el ternero cebado para celebrar una gran fiesta. En esto, el Padre salió al encuentro de su hijo mayor y éste, muy enfadado, le dijo: «Padre, a mí nunca me has dado un cabrito para celebrar una fiesta con mis amigos y, en cambio, al regresar «ese hijo tuyo» (no lo llamó hermano) has matado el ternero cebado y le has dado una fiesta»; el Padre le contestó: «Hijo mío, todo lo que tengo es tuyo, tu hermano estaba perdido y lo hemos encontrado, ¿no crees que debemos alegrarnos?». Pero el hijo mayor no entró a la fiesta a saludar a su hermano y se retiró.

(1) El ternero cebado, era costumbre judía escoger el más puro y limpio, el cual se cebaba para su sacrificio en la celebración del Día del Señor.

Esta parábola concretamente tiene un amplio análisis desde principio a fin, podríamos llenar el periódico entero, por eso dejamos este escrito como primera parte y lo continuaremos en los siguientes.

Carlos García. XX-VIII-MMXVI

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