«Colesterol en África» (Namibia, Botswana y Zimbabwe)

Manuel Bueno
Director de Colesterol Teatro

Orgánicamente hablando, el 50% de Colesterol Teatro, ahora mismo, recorre territorio africano. Pues aún tan lejos, la vida se atisba en clave de azar y muerte, ya ves.
Los bosquimanos del Kalahari, sobreviven con apenas su ingenio para conseguir que, la escasa caza que existe en ese desierto, les alimente un día más. Aquí, a nuestros parados, se les está fundiendo el ingenio para conseguir el pan y la sal, y un día más es mucho para un territorio en el que no hay nada que cazar. En Namibia, manadas de elefantes, dejándose arrastrar por su memoria ancestral, recorren miles de km en busca de esa agua que les devuelva la esperanza de regresar a la tierra fértil que cambia de lugar según la estación. Aquí, nuestros licenciados universitarios, se desplazan, emigran, abandonan sus orígenes, buscando qué hacer en otro lugar más fértil dónde, quizás, puedan encontrar la esperanza de realizar su sueño: el de vivir en paz y salir adelante, no más. Tres leonas, que beben y vigilan en la charca, próxima al poblado himba, descubren al pequeño impala, que se acerca al agua para no morir de sed en este maldito y polvoriento desierto en el que habitan. Es igual, de sed o atrapado entre garras ajenas, el impala morirá. ¿Cuántas de nuestras jóvenes son raptadas, violentadas y asesinadas en la charca de ese desierto que promueve la miseria (económica, intelectual y moral), la represión sexual y el hastío existencial? Una diferencia: los animales, matan o mueren. Los humanos, mueren a diario, a cada instante. Esa impotencia, de no asimilar la muerte, nos convierte en asesinos virales impenitentes. Dios no vive en África. Tampoco entre nosotros. Los políticos (humanos, enfermos de poder), no te van a ayudar. Ni en África, ni aquí. Los ricos desprecian al resto, que no lo es. Y la mitad de la población (varones), no se entienden con la otra mitad (hembras). La manada, que sin embargo, se mantiene unida, en el mundo animal, en el  humano se da el gusto por disparar indiscriminadamente a todo lo que se mueva a su alrededor.
El delta del río Okavango (Botswana) fertiliza el desierto. Es único, no acaba en el mar. Se funde con la arena del desierto. En sus miles de km de recorrido, reproduce la vida y la muerte en millones de criaturas que le acompañan. El cocodrilo se zampa al pez gato, éste se merienda a otros pececillos, que a su vez devoran larvas de rana orgiásticas. Sí, el producto viscoso de una noche de rana loca, se derrama en el agua para alegría de otros. En el punto en que el agua baja de nivel, las garzas picotean su aperitivo piscícola, el águila transformista planea y trinca a su presa, a ras del agua, por las agallas, el elefante que era feliz porque llegó al agua y a los pastos, ahora éstos son demasiado altos y los depredadores al acecho, arrancarán impunes y sin piedad, cruelmente, la pequeña trompa de su retoño….., y así infinitamente. Donde hay vida, hay defunción. Los animales, porque el hambre les llama. Nosotros, porque el aire acondicionado,  el AVE y el avión nos ha vuelto engreídos,  estúpidos y zafios depredadores de la propia naturaleza, del prójimo y de nosotros mismos. Mira a tu alrededor, observa: no hay sosiego, solo intrigas, elecciones insípidas, buitres bursátiles, mangantes ignorantes, rostros tensos, tristes, muecas insalubres, cuerpos deformes por el stress y los fármacos, sexo insatisfecho, ilusiones pérdidas, miradas rotas, conciencias alienadas. Y nada que perder, nada por ganar. En África y en el resto, da igual. Entre el mundo animal y el nuestro, el de los humanos bosquimanos (todos lo fuimos alguna vez), no hay gran diferencia. Si no la ves, viaja al fondo de tu corazón africano y lo verás todo tan transparente e inevitable cómo deslizarse rio Zambeze abajo, para caer caóticamente por cualquiera de las vertiginosas estampidas de agua que las cataratas Victoria nos tienen a todos reservadas en el instante final. Será una gran despedida. Te lo aseguro. Soy el maestro de ceremonias.

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