«Hurricane» Dylan (actor secundario Bob)

Manuel Bueno
Director de Colesterol Teatro

Marlon Brando se cagó en la industria del cine: le dieron un Oscar y mandó a una india americana a la ceremonia en su lugar. La chica, en nombre del actor, leyó unas palabras sobre el reparto de tierras que el Gobierno pirata de esa nación había hecho con semejante espacio del que, los auténticos dueños «salvajes», habían sido expulsados y empujados a vivir subsidiariamente en reservas. Brando, fue un rebelde, y Dylan (que participó en alguna que otra película), también.
Bob, al principio de su carrera, escribió canciones en las que sus letras sostenían el valor de los derechos civiles (de los negros, de los desheredados), frente a la intolerancia y el racismo de un gobierno blanco armado y apoyado por las leyes de sus políticos mafiosos. El chico, autodidacta y paleto de un pequeño lugar de Minessota, admirador de Woody Guthrie (cantante protesta de aquellos años, cuando Dylan tenía 20), hizo autoestop hasta New York y, una vez allí, en su elemento, su energía creadora se desenvolvió en la palabra y se fusionó con la música (no tan brillante, pero, por repetitiva y pegadiza, solvente) para mostrar al mundo lo que estaba por suceder: el movimiento hippie, Vietnam, los asesinatos de Presidente y Senador carismáticos y líderes negros, marihuana y heroína hermanas, te cambio el golf por el rock eléctrico y mamón, casimemato en la moto y paro que me vuelvo loco, gospel fundamentalista cristiano no me jodas ahora nano, KKK callejero y no va mas, Hurricane Cárter, el caso de un boxeador negro acusado de asesinato por ser negro, convertido en superhit..etc……tiempos convulsos, trovados por un irónico pendejo de lujo llamado Bob.
Dylan escribe porque sin la palabra muere. La música le acompaña cómo un delfín a la ballena misticeta. Porque son del mismo barrio. Porque el uno empuja al otro en su viaje expansivo pero circular. Como las ondas. Como la esencia de la comunicación cosmogónica: emito un sentir, te toco y retorna transformado en amor, odio o la madre que te parió. Pero la palabra es un elemento de la comunicación muy limitado y escasamente certero. La palabra es tan monolítica y nuestro sentir tan multidimensional, que, por esto, Dylan, el poeta cantante, el cantautor poetizado, necesita la música cerca para lograr parte de esas otras dimensiones que la palabra no explica, que no está diseñada para mostrar.
Nuestro protagonista no es consciente de la necesidad de tal simbiosis, pero su pasión por el mundo que le rodea, por la vida que güera de su pueblo le esperaba, simplemente le arrastró a ello. Lo demás fue dejarse llevar por cualquier camino que te llamara a ser partícipe, protagonista de cualquier instante que llenara un tiempo irrenunciable, único, sinfónico y estático (éxtasis). New York lo debió ser, y él, naturalmente, aceptó y se implicó en el reto de vivir poéticamente un camino que destrozaba a cada paso.
La poesía contiene el ritmo del Universo, la metáfora de lo indescriptible, el sonido de tu corazón, la luz del Caribe y lo intemporal de tu esencia cañí. Un suponer. Dylan, mostraba su rostro poético a sí mismo, a la vez que Bob rasgaba una guitarra para el público de ahí fuera. Juntas las dos cosas, nacía un producto comprensible, tolerable para la mass media, con cierta dosis de catarsis que hacía más soportable la miseria y la injusticia cotidiana que el hombre padece y aguanta malamente.
La música y la poesía juntas, hicieron que las horas de Bob tan intensas cómo plenas. Explorar algo nuevo con esos dos aliados es como participar en un concurso de supervivencia con dos comodines que te llevan en volandas, por el camino de la felicidad, al éxito seguro. A Robert Zimmerman (1941), judío, paleto de Estados Unidos, poeta y músico, le buscan los académicos suecos para ofrecerle el premio Nobel de las Letras 2016. Es posible, que Bob envíe, esta vez, a un hombre negro para explicarles que no lo necesita, y sí que dejen de lado esa implacable codicia de hombre blanco frente a todo lo que no se asemeje, en color, costumbres y manera de interpretar este mundo, dónde todos merecemos amor, paz y un reparto justo de lo que hay en él.

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