Las segundas raíces

…saqueando, llevándose animales, secuestrando o violando a las siervas del Señor, por eso tenían las puertas cerradas y con una hermana tornera de noche y otra de día. Aquel 19 de febrero de 1771, oyó la hermana Tomasa ruido de pasos de varias personas e, hincándose de hinojos, suplicó a la Divina Providencia que las guardase de las malas gentes. Su oído nítido como el de una tísica captó algunos cuchicheos y, acercando la oreja al portillo o mirilla, distinguió algunas frases en «caló». Suspiró aliviada, ya que los gitanos no robaban en los conventos, que eran gentes supersticiosas y tenían «yuyu» a los lugares sagrados. El torno giró y la monja notó que algo era depositado dentro, lo giró y, ante sus ojos, apareció una criaturita tiritando de frío y llorando, envuelta en un saco de los que se usan para el grano en el campo. La monjita abrió el portillo y dijo: «¿Quién es esta personita y cuál es su nombre?». Durante unos momentos hubo total silencio, hasta que un rostro, tapado y con la voz desfigurada, no sabiendo si era de hombre o mujer, contestó: «¡Es niño gitano y se llama Raimundo. Lo dejo porque está desnutrido y morirá de frío. Tenemos otros 10 hijos. Dentro de 15 días volveremos a por él a estas horas más o menos!». Los pasos se fueron alejando. Sor Tomasa tomó al niño en brazos tapándolo con telas para que entrara en calor y lo llevó a la cocina para que le dieran algo de comer. Raimundo miraba con fijeza la luz del candil y la que se desprendía del hogar, lleno de troncos en combustión: esa distracción pareció adormecerlo, al verse calentito, pero el hambre lo acuciaba y lloraba desesperado. Ya le había preparado la hermana una tacita de leche con pan migado, ya templado, y a cucharaditas el bebé devoró en menos que se tarda en rezar un Padrenuestro…

Continuará

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