Las sextas raíces y se acabó

…aquella era su casa y su familia, y no iba a ir por el mundo dando tumbos y pasando necesidades cuando tenía aquí todo lo que deseaba, y no quería volver a ser el piojoso Expósito, hijo de «su santa madre» como decía sor Carmela, mientras le daba «repelujos» tirándole de los pelillos del cogote, a contrapelo, o dándoles a él y a los otros tabletazos en las ateridas manos, o pinchazos en el costado con el punzón con el que señalaba el rústico mapa, dibujado en la pared con un tizón de la lumbre. No, ¡jamás volvería a esa vida! Ahora era el hijo de los amos, el señorito que algún día heredaría toda aquella fortuna. Cuando pensaba en aquel mocoso desgraciado, sentía lástima de él y del resto de hospicianos que han llevado una vida llena de miseria y malos tratos, sin recibir un beso, caricia, palabra amable o los brazos de una madre en las noches de invierno, que le cobijara contra su seno y le murmurara ternuras. Leandro había recibido todas esas bendiciones de sus padres, Valeria y Leandro, por ello sentía cierto regocijo al saber que sor Carmela ya andaría por el infierno, recibiendo tizonazos del Diablo, los mismos que ella le daba a Raimundo con la tabla, el punzón y los tirones de los pelillos. Ya todo aquello había pasado al olvido y renacía como el ave Fénix humana, la figura de Leandro Reyes, señor del contorno. Con el tiempo, sería un hombre serio y formaría su propia familia: pasaría su vida, la de sus hijos, nietos, biznietos y Dios sabe cuántas generaciones. Hoy en día, en el moderno 2017, sigue habiendo algún que otro Leandro Reyes a los que yo conozco, y diria que, casi, casi corre por mis venas algunos vestigios de esa sangre, que empezó a generarse  hacia el año de Gracia de Nuestro Señor de mil y setecientos y setenta y uno. Fin.

Kartaojal

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