Manuel García Morente, sacerdote

Hoy les voy a contar una historia hermosa y extraordinaria de conversión que leí hace un par de meses y que tenía guardada, dada mi mala o buena costumbre, de no echar así como así los escritos que me llaman la atención, a las papeleras del olvido. El último suplemento sabatino que estoy leyendo tiene la culpa, pues vuelve, por enésima vez, a hablarse de aquel hombre que en el campo del pensamiento tanto influyó en la juventud estudiosa de España por los años 20 y 30. Se trata, cómo no, de Ortega y Gasset, de quien van a ser reeditadas sus Obras Completas, y también en estos tiempos nuevos, en versión digital. Y leyendo cosas de Ortega, ha venido a mi memoria esa otra historia de ese otro pensador discípulo suyo, que naturalmente también tuvo su circunstancia, pero vital, pasmosa y extraordinaria.
Lo ha contado el profesor de Recursos Humanos de la Universidad de Alcalá de Henares, Ignacio García de Leániz Caprile, al cumplirse el 80º aniversario de la «Experiencia extraordinaria» que tuvo uno de los pensadores de la generación del 14 y discípulo de Ortega, García Morente, protagonista de la historia. La tan ansiada República por muchos, después de unos años convulsos, había devenido ya en la Guerra Civil que asoló España. García Morente, jienense, era decano de la Facultad de Filosofía de Madrid y, habiendo recibido un aviso confidencial de Besteiro para que saliera de España y salvara su vida, así lo hizo, marchando a París, donde se instaló medio muerto de cuerpo y alma, pues su yerno, geógrafo, había sido asesinado por la FAI en Toledo, con 29 años de edad, y dejando viuda y dos niños casi recién nacidos, sus nietos. Dejó atrás en aquel Madrid de la guerra una trayectoria apasionante, junto a otros muchos que formaban constelación alrededor de Ortega. Por nombrar algunos, Zubiri, Gaos, Besteiro, Mª Zambrano, Menéndez Pidal, Américo Castro, Salinas, Guillén, Sánchez Albornoz… casi nadie. Le fracasaron todas sus gestiones para sacar de España a sus hijas y nietos, y no ve más que negrura en su existencia. En esa soledad doliente, le parecía horroroso todo lo que veía a través de su ventana en el apartamento en que vivía. Desde las moles de Montmartre hasta las luces de la torre Eiffel.
Pero empiezan a sucederle lo que él considera «cosas extrañas». Un par de trabajos bien remunerados, y hasta una oferta de Argentina para que se hiciera cargo de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Tucumán. Más cosas extrañas. De visita a Ortega y Gasset, que también tuvo que «salirse», conoce al padre del secretario particular de Negrín, a la sazón ministro de Hacienda, que se compromete a interceder para dejar salir de España a su familia. Así que el hombre-filósofo, perplejo ante el cúmulo de coincidencias felices, piensa que su vida toma otro derrotero por lo que le pasa sin que él haga nada para ello. Habiendo estado instalado en la increencia, empieza a atisbar al Dios gobernante y al hecho religioso. Más aún, a la realidad del Dios encarnado hecho hombre y que también a él lo hace un hombre nuevo. En una carta muy intimista lo contará más tarde y hasta la milagrosa presencia, nítida para el, en su habitación, de la figura de Cristo. García Morente decide, después de «esta experiencia», hacerse sacerdote. Será ordenado tres años más tarde, aunque moriría súbitamente poco después.
Son sucesos merecedores de conocerse.

JortizrochE

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