Larra sigue vigente

Lo mires como lo mires, con sentido del humor o sin él, aquello que dijo el periodista y escritor Mariano José de Larra, «escribir en España es llorar», sigue vigente en pleno siglo XXI, incluso con Internet. Torrevieja, que yo sepa, también forma parte de España, y digo, por experiencia, que escribir aquí es llorar, o cuando te leen, te entras ganas de llorar e incluso de lo otro… Hace años, pero años, que quien me conoce sabe que no ejerzo mi oficio, y por qué no lo ejerzo. Ahora, junto unas letricas cada quincena para opinar modestamente de aquello que considero opinable, sin buscarle color alguno y sin perder esa pizca de sentido del humor que siempre debiera estar presente, en el escribidor y en el lector. Tengo la suerte o la destreza de que me sale fluido y que no le tengo miedo a nada ni a nadie, faltaría más. Dicho lo cual, ¡viva Larra!, a pesar de los pesares. Total, que el otro día estuve en la exposición hispano-cubana «Amores de ida y vuelta», una magnífica organización para un enorme esfuerzo, trabajo e ilusión depositada para que esta actividad saliera cuasi perfecta. La sala de exposiciones del Paseo Vista Alegre estaba a rebosar de personal. Allí me encontré con una persona sensible, amante de las cosas torrevejenses, un gran profesional de la imprenta, Miguel Aráez, promotor, ejecutor y propietario del único Museo de la Imprenta existente en la localidad. Suele tenerlo abierto un par de días a la semana, y lo digo como lo siento: es un verdadero lujo que Torrevieja disponga de ese entrañable museo, que además creo que el propio Ayuntamiento, desde las concejalías de Educación o Cultura, debería contribuir a promover e impulsar más sus visitas, tanto a propios como a extraños, incluidos alumnos de centros educativos. Estoy convencido de que esas visitas serían muy enriquecedoras. Convencidísimo.
Como no quería dejar de apuntar que en la exposición se cantó la habanera «Olas del Caribe», música de mi padre, José Albaladejo Rizo, y letra de su amigo y compañero José Argüello. Obviamente, como no podía ser de otra forma, no sólo me emocioné (a cierta edad te vas haciendo más sentimental), sino que además agradecí ese guiño que la organización tuvo con los autores. Lloré de rabia cuando no supieron leerme y he llorado de emoción sincera delante de tanta gente escuchando, una vez más, «Olas del Caribe», que, aunque lo sabe poca gente, la tarareé cuando tuve la suerte de visitar la isla. Así que, insisto, ¡viva Larra!, ¡viva la Habanera!, y ¡viva permanentemente el Museo de Miguel!

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