Las bromitas de antes

Cuentan que un caballero, muy distinguido, con capa, esclavina y mucha prosopopeya, al no tener nada más que «fachada» y ni un chavo en el bolsillo, se escabullía de sus amigos, para aparecer a las 2 horas o así, con un mondadientes hurgándose las encías y contando que había comido en el hotel tal o cual, faisán a las uvas, consomé al jerez, poulardé au le cocotte y mousse de chocolet al chantilly, amén de varios licores espirituosos. Los amigos disimulaban envidiarle, cuando en realidad lo que sentían era lástima por él y sus fantasías culinarias. La realidad era que acudía a un comedor social, que era gratis, a tomar «sopa de pobre», que era lo que se solía dar allí: un «agua-chirri» con 4 fideos bailando la muerte del cisne, un mendrugo de pan duro y los domingos y fiestas de guardar, una pieza de fruta. A Don Ataúlfo de Robellons, Tiétara de Mendoza y Gómez del Rosal le podía más el orgullo que la realidad; por ello, ese día se encaró con el camarero, que le llevó la sopa llevando metido dentro del plato un dedo gordo mugriento, con una herida, tapada por esparadrapo y las uñas con más mier… que el rabo de una vaca. «¡Saque ese dedo asqueroso de mi sopa y métaselo usted en el «cu-cu»!», le gritó don Ataúlfo, todo eufórico y extremadamente colérico, a lo que el muchacho respondió: «Precisamente es lo que hago entre la comida y la cena, por prescripción facultativa, ya que tiene que tener calor la herida, para evitar la gangrena». «¡Encima con recochineo! ¡Te voy a curar yo a base de palos!», y, enarbolando un junco que siempre llevaba para darse jactancia, la emprendió a bastonazos con el zagal. Allí se armó la «marimorena» y salieron por los aires platos, tazas y cubiertos hacia el rimbombante personaje, que perdió su abono para ir a comer de gorra y salió todo maltrecho. –Consejo: Confórmate con lo que tienes, que se te avecinan cosas peores.

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