La Mano Negra (4)

La hidra voluminosa

«Como tributo se le ofrece una doncella cada año y éste me ha tocado a mí, que vivo prisionera en el castillo de un horrible gigante-ogro». «No tengas miedo, que yo te salvaré». Se empezaron a oír cañas que se tronchaban y el río rebosar con el volumen del gigantesco reptil, pero Juanillo se convirtió en «Dios y león», plantándose delante de las abiertas fauces y le gritó con voz de trueno: «¡Si yo tuviera un vaso de vino, un pan caliente y el beso de una doncella, la muerte te daría Stella!». Salió la Princesa a escape, entró en la bodega tomando una botella de vino y un vaso; en la cocina un pan recién sacado del horno y, sin tardanza, llegó, entregó todo a Juanillo, dándole un beso en la mejilla, en el momento justo en que volvía la serpiente, pero el vino, pan y beso le dieron tal fuerza, que, como «Dios y león» destrozó al reptil, cercenándole las 7 cabezas. El acabar con la monstruosa hidra tenía como premio un cargamento de mil kg de monedas de oro, piedras preciosas y varios castillos y tierras. En el lugar de los premios se presentó un «dandy» diciendo que él era el matador, alejando a los otros que también reivindicaban lo mismo. Cuando iban a conceder los honores al redicho personaje, les dijo Juanillo que les abrieran las bocas a las 7 cabezas, viendo asombrados que no tenían lengua. Juanillo sacó un paquete, con las lenguas numeradas, correspondiendo por el corte cada una a su cabeza. De ese modo, y ante la veracidad del joven, le dieron aquella fortuna inesperada, pasando a ser el más rico de aquella comarca, con gran regocijo de Amorosa, que ya le amaba y se había enamorado de él. La princesa volvió al castillo para decir que un desconocido había dado muerte a la hidra, contando luego todo lo acontecido, pero sin mencionar para nada a Juanillo, que en ese interín…

Continuará

Kartaojal

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