Ni dobleces ni disfraz. «Alea iacta est»

Hay momentos en los que uno tiene que mandar al carajo la frivolidad. Ya sea la propia o la de otros… u otras. Y eso es lo que, con el permiso de mis queridos lectores, me dispongo a hacer, con toda la ceremonia que requieren estos asuntos, en este artículo. Poniendo la pica en Flandes, cruzando el Rubicón y pasándome por el Arco del Triunfo las veladas amenazas, el filibusterismo amigo, los escritos infumables y los miedos posibles e imposibles que por unos u otros medios me hacen llegar en los últimos tiempos.
Lo cierto es que la abominación y la huida del pensamiento condicionado de Pablov y lo políticamente correcto debería computar como santo sacramento. Pero no como arrebato infundado, sino como meditado discurso donde primen la libertad personal, el amor propio y la defensa de lo que uno considera justo y cabal a ciencia cierta.
En este batiburrillo disparatado, todo consiste en estar en contra del que pueda ocupar el puesto que creen les pertenece por designación divina o por el científico método del: «Espejito, Espejito, ¿hay alguien más adecuado/a que yo?». Y, en este caso, no está ni se espera a Blancanieves ni a su madrastra. Aunque la manzana envenenada seguro que aparece en el cuento.
En el imaginario que da sustento a mi cosmogonía, es decir, a mi concepción de lo que es la existencia humana, la cobardía no tiene cabida. Y en mi condición de dirigente político, tampoco. No existe el síndrome del doctor Jekyll y Mr. Hyde entre mi yo cotidiano y mi parte política. Lo que veis, bueno o malo, es lo que hay. En el fondo, todo es fruto de lo que sabemos o de lo que fingimos que sabemos.
Hay quienes prefieren la foto y la cosmética a los proyectos de calado y futuro. Confunden la ética con la estética de la alta sociedad, el arte de la política con la venganza pura y dura, se creen Barack Obama y no llegan a Nicolás Maduro, aspiran a primera Dama de EEUU y no llegan a la Tía Pascuala. Desgraciadamente, la egolatría vende.
La posverdad es siempre una mentira inventada para alcanzar un objetivo imposible de concretar con la verdad desnuda: que para algunos su tiempo político no ha llegado. Y para otros, terminó.
Ni dobleces ni disfraz. Yo ya estoy harto del aspaviento y la maledicencia, del «no sabe usted con quién está hablando» -tan en boga en los arrabales de la sal y la vela latina-, de querer ser juez y parte de todo y contra todos, de tirar la piedra y esconder la mano, de la garganta profunda que se apropia de los éxitos propios y extraños y agiganta hasta el hartazgo los mínimos errores ajenos.
En esta atmósfera que anticipa la defunción por exceso de burocracia, me viene a la memoria el cuento de Galeano en «El libro de las Obras», en el que describe la devastación que produjo el volcán Cumanday sobre la ciudad de Paisa, cuyos habitantes acabaron masacrados por prestar más atención a los y las burócratas que a su propio sentido común.
El futuro de la ciudad que amamos, que amo, no pasa por ahí. No puede pasar por ahí. Esto debe ser dicho alto y claro. Y dicho está. «Alea iacta est».

1 comentario

  1. Ya sea la propia o la de otros… u otras.

    Masculino genérico

    Mi nietecillo sigue intentando recuperar la gramática este verano, pero no viene ningún maestro a casa…

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