«El jeroglífico salinero»

El copia y pega de la era digital amenaza con convertirlo todo en una sopa sin sustancia, en un guirigay donde todo dios es un Sócrates en sus ratos libres, en un oráculo donde la felicidad ha dejado de ser un lugar borroso para convertirse en un souvenir de lo más normal con el que sacarnos un «selfie» con morritos para subirlo al Facebook.
Y los políticos no se libran de esto. Y diría que la mayoría han entrado en la nueva era con la delectación y el celo propio de los conversos. No se es nadie en el mundillo de la política sin una cuenta en Twitter, sin una «fanpage» que llevarse a la boca. Lo primero que hizo el presidente Rajoy fue dejar suspendida «sine die» su cuenta de Twitter tras su salida de la Moncloa.
El riesgo consiste en convertir los detalles secundarios en carne de pantallas oled e Instagram, donde los nuevos patricios buscan los «me gusta» y retuiteos en el circo romano de las redes sociales.
Más que gobernar, la clase política 3.0 de hoy está más pendiente de aparentar que gobierna que de hacerlo. Y así no hay quien gobierne.
«El jeroglífico salinero» podría ser un excelente título de una novela de Christian Jacq, en cuyo argumento los dioses egipcios insuflaran la vida sobre la laguna, como metáfora del Nilo, al nuevo Horus de la política local. Pero no hay novela ni río Nilo y todo queda en un mal cuento sin el feliz final de los finales soñados: levantar en volandas al que sienten como el excelentísimo señor injustamente destronado.
La dosis de credulidad necesaria para tomar en serio algunas propuestas es titánica, casi la misma que hace falta para seguir creyendo que la oposición no juega al ratón y al gato con la ciudad entera en el despiporre de magia potagia, nada por aquí, nada por allá, de la moción de censura. Convertida ésta, por obra y gracia del trío del «quítate tú que me siente yo», en una moción de desmesura, en una película propia del Almodóvar mas cañí, donde el amor entre los protagonistas es como un bodorrio imposible, donde nadie quiere dar el sí quiero ante el altar de un pleno extraordinario por miedo a las futuras consecuencias en el purgatorio de las urnas. Los de la «nueva política» no lo son tanto. Y los del «master and casander» sólo se han cambiado de careta y ofrecen la manzana de Alan Turing como primer y único plato del banquete nupcial. Ni los unos tienen la música ni los otros la letra. Así no hay quien se case.

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