Divagaciones sobre la política

Defender la actividad política y a los políticos se ha convertido en un deporte de riesgo. Es, entonando al genial Antonio Machín, algo así: «¿cómo se pueden querer, dos mujeres a la vez, y no estar loco?».
Pero sin llegar a lo de dos mujeres a la vez, sí puede que la locura, a la manera del Quijote, haya comenzado a salirme por las costuras. Porque hoy, así, a pelo, pero no a lana, me lanzo a la tarea de defender la noble tarea de la política.
Y en este día, nublado, casi sin luz, a la manera de la la luz de Santa Elena, donde Francia perdió un emperador, es posible que perdamos algo más que la niñez en estas líneas.
Es evidente que se nos ennegreció el panorama entre estudios universitarios que no eran, tesis que sí lo eran y la sensación dolosa de que aquí el tramposo casi siempre se salva del castigo o de la trena. La calle percibe que entre pillos anda el juego. Y así es difícil confiar en los políticos y en la política.
Y, sin dejar de ser cierto lo anterior, no lo es menos el esfuerzo de la mayoría de los concejales, alcaldes, diputados de este país, antes llamado España, por realizar su labor desde la honradez y la legalidad. Con el empeño de servir a sus ciudades y vecinos como único objetivo, realizando un trabajo que no suele abrir los telediarios ni las portadas de los diarios. Pero que está ahí y es justo reconocerlo.
Pero como sociedad nos llegó la melancolía y no sabemos cómo dejarla ir; al tiempo que nos invade la idea de que, cuando se alimenta a la bestia, sólo queda esperar el desastre y no la resurrección.
Suelo tender a la esperanza y a la búsqueda de la verdad. Entendida la esperanza y la verdad como mirar de reojo a la realidad y saber que ésta tiene fijación por convertirse en aquello que como sociedad nos conjuramos colectivamente. Y estoy convencido de que, paso a paso, más tarde o más temprano, será muy improbable que en el futuro se reproduzcan los escándalos de corrupción que hemos padecido en las últimas décadas.
Decía Madame Staël que la piedad era el sentimiento, el valor humano, que más vale para todas las situaciones de la vida. Y con ése únicamente podríamos caminar por los avatares de la existencia. Pero Madame Staël tenía un punto romanticón para estos tiempos modernos. Así que no apliquemos lo de la piedad y dejémoslo en no aplicar la ligereza de juicio y lengua viperina tan común en estos lares salineros. Me conformo con no convertir la política en comedia, mucho menos en drama, y logremos hacer de la acción política un lugar para el encuentro, para el consenso, para la dialéctica y la praxis.
Y, en fin, algo destartalada me ha quedado esta columna. Pido disculpas, pero no todas las tardes muere Wagner en el jardín.

1 comentario

  1. «…cuando se alimenta a la bestia, sólo queda esperar el desastre y no la resurrección».

    ¿Tiene una bandera roja con un puño y una rosa? ¿Se ha hecho investir con los votos de los herederos de Batasuna y de los golpistas catalanes? ¿Viaja en Falcon a conciertos «gratis et amore»? ¿Eh…?

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