A raíz de la manifestación a favor de la familia católica y su condena de matrimonios del mismo sexo, divorcios express, aborto, educación para la ciudadanía… me vinieron recuerdos de antaño, en que las familias católicas velaban mucho por la «pureza de sangre» para no casarse con judíos… Ahora sustituyen y escarnecen al homosexual por el judío. Encabezaban dicha manifestación quienes tienen en su seno modelos de familia muy diverso: desde el clero, que ni se casa, ni tiene hijos; frailes y monjas, que viven enclaustrados y sin hablar; novicios que abandonan a sus propias familias porque sienten una extraña llamada de la fe; o los misioneros, que dejan a sus propias familias para irse a otros países, y todos ellos deben vivir reprimiendo su sexualidad. Ante semejante modelo, nadie en la manifestación mostró ni su espanto ni su rechazo. Como mansos corderos, les ofrecieron los megáfonos, para que, por sus bocas, en lugar de ser amplificador del amor y comprensión de Cristo, destilasen prejuicios, discriminación y petición de exclusión para quien ni siente ni piensa como ellos. Excluidos, que no son hordas de bárbaros venidos de lejanas tierras; son hijos y nietos de «modélicas» familias católicas que por más de 800 años impusieron su credo; hijos y nietos que no aguantaron más una religión que les oprimía y les amenazaba con la condenación y el infierno si se atrevían a discrepar.
La manifestación no fue a favor de la familia cristiana, fue a favor de la familia sometida al clero, a los que callan y obedecen. La familia cristiana tiene como fuente de inspiración a Cristo, no al Papa o a otros intermediarios a sueldo; no en vano decía el carpintero de Nazaret «A nadie llaméis padre en la tierra, porque uno es vuestro padre, que está en el cielo» (Mateo 23-9); Cristo, que se manifiesta en el hombre en forma de paz, bondad, amor, justicia… y que dicta al corazón de los hombres que quieren escucharle qué decir y hacer. No se puede amar al prójimo explotándolo, enriqueciéndose a su costa, pero en la manifestación nadie gritó contra los que suman casas a más casas, contra los que se quedan los beneficios de los trabajadores, contra los que los esclavizan con hipotecas, contra los que especulan con su alimento, los que practican el interés y la usura con la necesidad de los pobres… No pidieron cerrar las fábricas de armas, ni la excomunión de sus amos; ni que a las guerras fuesen aquellos que las declaran y las financian, etc. Pero, ¿qué se puede esperar de los mercenarios de Dios?, de aquellos que piden dinero al estado y a los fieles para que la idea y vivencia de Dios esté viva. Como si el recreador de todo y de todos no supiera valerse por sí mismo. Pobres del mundo: hay que darse de baja de todas las religiones que, en nombre de Dios, sólo sirven al dinero y a quienes manejan el dinero. Ánimo, amigos, hay que dejar de ser dóciles corderitos en manos de lobos en grandes templos, para ser una auténtica familia cristiana, con la iglesia verdadera, en cada casa obrera y Cristo en el corazón. Sólo así conseguiremos que toda la humanidad sea una gran familia, sin ricos ni pobres, sin explotados ni explotadores. Jesús hablaba claro: «Para que seáis un cuerpo en Cristo, que cuando uno padece, todos padecen, y cuando uno se alegra, todos se alegran. Pues vosotros sois el cuerpo de Cristo, miembros y parte» (I Corintios 12-26, 27).
Atte.,
Un obrero de iglesia pobre.
Antonio Cánaves Martín
(Palma de Mallorca)
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