En la solapa de esos libros bellamente encuadernados que acariciamos -¿o son ellos los que quieren acariciarnos a nosotros?-, se nos resume rigurosamente y con estilo el tema o la historia con la que el autor pretende emocionarnos. Y pocas veces la palabra y la oración y el afán por comunicarse nos dejan indiferentes sin que nos influyan en algo, como sucede en otro orden de cosas, al escuchar una sinfonía o un buen concierto de rock o de jazz o de cante jondo; o cuando en cualquier exposición o pinacoteca te presentas delante de un cuadro que te sumerge en una especie de dulce letargo ensimismado; o cuando, en fin, contemplas alguna joya arquitectónica de esas imponentes que parecen elevarte en espíritu hacia… ¿dónde? ¿Se puede decir en estos tiempos que hacia Dios…?
Pues, querido lector, en una de esas solapas a las que me refiero, leo una frase que ha conseguido dejarme como puesto, como inmovilizado, e incapaz de sentir cualquier otra percepción del instante. Dice así: «Las únicas cosas indispensables para la existencia humana son respirar, comer, beber, defecar y buscar la verdad. El resto es facultativo».
Me choca, pues, y me impacta, que el atrevimiento de un escritor del momento considere la búsqueda de la verdad en el hombre como indispensable, cuando vivimos esta era que, según dicen, es de progreso, pero que deja tan maltrechos los vínculos que debieran unirnos con los valores éticos y morales tradicionales.
No descubrimos nunca alguna parte de la verdad de la vida. Afirmamos sucesivamente una cosa y la contraria, y, para mayor consternación, estamos acusándonos ferozmente unos a otros de ser mentirosos. Cuando decimos estar en posesión de cualquier mísera verdad, intrascendente, nos rodeamos de una cáscara o armadura invisible con pretensiones de retirarnos de los demás… que nada saben. No existe la verdad entre nosotros los hombres y no la encontraremos jamás, aunque la persigamos tozudamente. Es la mía, es la tuya, es la de aquel, es la de nadie. Atisbarla siquiera un momento supone vivir mucho, sufrir muchos rasponazos en el alma, equivocarte a veces tú también hiriendo a los demás… Me temo que es el fantasma al cual nos será imposible ver ni de cerca ni de lejos porque se disipa siempre ante nuestros ojos…
Por eso, aburrido y escéptico desde el primer momento (cuantas veces estuve entre los hombres, volví menos hombre), como creyente me acuerdo de que pronto vendrán los días de Semana Santa. Y pronto se nos relatará una vez más esa escena tremenda (Evangelio de San Juan), en la que el Cristo que partió la historia de los hombres en dos mitades le dijo a Pilato que vino al mundo para ser testigo de la Verdad. ¡Porque Él es la Verdad! Y esa Verdad, tan fácil y difícil de vivir, es a la que estamos dando la espalda haciendo alarde de una ignorancia temeraria sin percibir las consecuencias.
JortizrochE
Dejar una contestacion