Antiguos mitos sobre la «Honey Moon» (luna de miel) entre el sol y los planetas

Johannes Kepler (1571-1630)

Muchos científicos se empeñan con frecuencia en desmistificar las cosmogonías que habían sido la forma de entender el funcionamiento de los fenómenos naturales durante siglos. Aún recuerdo que la lluvia me la explicaba mi madre como el chapoteo de los bebés allí arriba antes de irse a la cama y desde entonces le doy la bienvenida al chubasco cada vez que me chorreo. Eran y serán formas de interpretar no sólo eventos, sino la manera de integrare en la Naturaleza, que, según el astrónomo alemán Johannes Kepler, «no permitirá nunca que descubramos todos sus secretos».
El relato de la «Reina Abeja» fue reconstruido de antiguo como el mito de la «Honey Moon» cuando la Luna Brillante lograba que le siguiera el Sol Oscuro (un zángano de la colmena), perdiéndose ambos en el espacio para el apareamiento hasta volver a la Tierra y producir la explosión de especies de plantas y animales. Convendría aquí referirse a los primeros observatorios del mundo celeste, construidos en las zonas amazónicas por los indios del estado brasileño de Amapa, o al monumento neolítico de unos 30 metros de radio en Stonehenge cerca de la ciudad británica de Salisbury, con piedras monumentales traídas, nadie entiende cómo, de las montañas galesas de los montes Preseli, y la estrecha relación entre los fenómenos de la luna y el sol atravesando la cúpula del firmamento.
Las cosmologías de autores como Ptolomeo y Copérnico comprendían temas tan amplios como la concepción filosófica del origen del universo, el cosmos de las esferas o el mundo sublunar. Aristóteles se centró más bien en el mundo físico del espacio que nos condiciona puramente a ver el cosmos desde el punto de vista de la filosofía occidental a través de su análisis dentro del tiempo y del espacio. Hay, no obstante, otros puntos de vista como es el caso del «hombre y su entorno», moviéndose íntegramente en un mismo plano relacional en contra del dualismo de división entre seres humanos y el resto del universo.
Resulta, pues, curioso observar este alejamiento progresivo de las culturas occidentales hacia lo que escapa a la ciencia, apartada para muchos de las raíces de la vida, porque lo que se sabe no es siempre lo que se lee o se estudia, sino lo que se siente. Los antiguos lo tenían más claro, creyendo que nadie vendría a salvarlos si no eran ellos mismos quienes lo consiguieran con estratagemas de supervivencia, pues, como confesaba Jenofonte: «¡La Naturaleza siempre se las arreglará para atarnos a la Vida!».

HECHOS Y DICHOS
La Naturaleza es la mejor maestra de la verdad.  Ambrosio de Tréveris, en cuya boca hicieron las abejas un panal.

PROVERBIO CHINO
No hay sol para los ciegos ni tormenta para los sordos

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