Cuando este artículo vea la luz, será por fin viernes 7 de marzo, a sólo dos días de ir a depositar nuestro voto en las urnas para elegir las nuevas Cortes, de donde saldrá el Gobierno de la Nación.
Pues para ello, y sin contar los cuatro años de «tira y afloja» de los partidos, hemos tenido que pasar el «calvario», y nunca mejor dicho, por la cercanía de la Semana Santa, de estos quince días, donde encender el televisor y no darte de bruces con un político que lo mismo pregona su programa que tira por tierra el del contrario era labor poco menos que imposible.
Particularmente, yo he terminado diciendo aquello que decían nuestras abuelas cuando siempre les repetían machaconamente lo mismo: «¡qué hartazón!».
Y es que la campaña se ha hecho insufrible: debates cara a cara, pre-debates, post-debates, debates «fulanito con menganito», entrevistas en todas las cadenas, programas especiales, noticiarios llenos de encuestas, -que, a veces, según qué canal, no se parecen en nada unas a otras-, valoración de líderes, valoración de los problemas… Sólo ha faltado una encuesta para saber qué candidato tenía más colesterol o la tensión más alta.
Como digo, entonemos todos a coro un «¡Aleluya, aleluya!», esperando que, gane el que gane, nos dejen tranquilitos con nuestros programas y nuestras pelis hasta dentro de cuatro años.
Y, ya se sabe, pasado mañana a votar… y «a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga».
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