¡¡¡Pulgui!!!

¡Mi adorable perrita! Desde la soledad y el desamparo que has dejado en mi corazón, quiero decirte que te echamos de menos, que en la casa reina el silencio, pues nadie se atreve a decir tu nombre, para no avivar recuerdos, pero… lo que calla la boca, ¡lo gritan los ojos! El único consuelo es que, a través de la eutanasia, has dejado de sufrir y soportar esa extraña enfermedad incurable que, día a día, minaba tu vida. Entre el 17 y 18/03/08 fueron 11 ataques epilépticos los que te dejaron hecha polvo. Decidimos que ya se acabó que padecieras más tiempo y te llevamos a tu Dra. Veterinaria, Sagrario, que te aplicó la sedación y la dosis letal, así no te enteraste de nada y moriste dulcemente. Antes te despediste de papi, de Sagrario y de mí, dándonos besitos y nosotros a ti. Tus padres, Bianca y Lucky, y el tío Charly te extrañan y buscan por la casa, el jardín o el solarium y, al ir de paseo, miran por todos lados esperando que vuelvas… ¡pobres inocentes!
Ya te he lavado tu cestita y la bata con la que te tapábamos por las noches. He guardado el collar y la correa, el osito marrón de Mr. Bean, tus lagartos e iguanas de goma y las pelotas. Es por la noche, a la hora de la cena, cuando nos damos cuenta, al preparar los platos, de que el tuyo yace en el fondo del armario, desconsoladamente vacío, lo mismo que nuestro corazón, huérfano de tus juegos, de tus caricias y fidelidad, y de esos saltos que dabas de alegría cuando regresábamos de la compra. ¡Sé que nunca te veremos en esta vida! Que estarás en el cielo de los perritos buenos. Nos queda la felicidad de haber compartido tu existencia durante 5 años y medio, de esa dicha por atenderte y dado cariño, respeto, atención, medicamentos y la ternura que se debe prodigar a los animalitos dulces e indefensos como tú, que eras nuestra alegría y nuestra razón de vivir. ¡Sin ti es tan difícil soportar esta vida! ¡Adiós, hija mía!

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