Todos los avances de la sociedad suelen ir acompañados por las críticas, exacerbadas a veces, de aquellos personajes más retrógrados y conservadores, para los que todo debería estar siempre igual.
Así sucedió con la ley del aborto, o con el divorcio y, cómo no, ahora también se rasgan las vestiduras con el hecho de que tengamos más ministras que ministros. Algunos han llegado a límites insospechados en su afán descalificador.
Si en las universidades las mujeres son mayoría, si día a día están demostrando su capacidad en todas las empresas e instituciones de nuestra sociedad, ¿por qué se ve tan extraño que superen en número a los hombres en el Consejo de Ministros? A estas alturas ya debería ser algo normal.
Pero todavía están por ahí los que se resisten a admitirlo y buscan toda clase de prejuicios, sin darles la menor oportunidad.
Infravaloran a esas personas por el sólo hecho de ser mujeres. Y es que todavía muchos creen que no están capacitadas intelectualmente para realizar los mismos trabajos que los hombres.
Siguen pensando, en pleno siglo XXI, que están mejor en casa, limpiando y planchando, protegidas (o atacadas) por el marido.
Podrían aceptar, siendo muy condescendientes, una mujer en Servicios Sociales, Cultura o en cargos de segunda categoría, pero en Defensa, todos pusieron el grito en el cielo.
Pues ahí tienen a Carme Chacón que, embarazada de siete meses (que no inválida), salió hacia Afganistan para visitar a las tropas españolas, que se encuentran allí prestando ayuda humanitaria, y diez días después fue al Líbano y Sarajevo. Esto nos trae a la memoria cuando, en el año 2000, la Infanta Cristina no vino a la inauguración del Palacio de los Deportes, que lleva su nombre, por estar embarazada; claro que también recordamos que días después viajó hasta Australia para presenciar un partido de balonmano en el que participaba su marido, que aún era deportista. Ahí vemos que hace más quien quiere que quien puede, ya sea hombre, mujer o infanta.
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