Pedro Calderón de la Barca
En la tranquilidad del hogar y lejos de todo el bullicio de la calle es más fácil concentrarse, por lo que he pensado dedicarle unos minutos al silencio que aprovecharé para comunicarme con los lectores de estas crónicas, y, al hacerlo, me imagino a muchos haciéndome señales de mutis para que las palabras que escriba no se levanten del ras del texto, del que ellos se encargarán de hacerlas resaltar al ruedo de lo real.
Las citas de autores con que cuento sobre el valor del silencio son interminables, comparándolo al metal más precioso, el «oro», mientras que lo que se dice de palabra nunca se logra revalorizar más allá de la «plata». «Mejor se expresa, señor, quien mejor calla», había dicho Calderón, siguiendo la teoría de que no es la palabra quien nos defenderá en tiempos revueltos, por citar a la sabiduría oriental de Confucio. Por eso, Calderón esculpía las palabras al imaginarse que oímos más bien sus ecos antes de llegar a la mente para lograr enriquecernos con significados con frecuencia insólitos.
Pero ahora parece privar lo estentóreo que ni siquiera respeta el sonido musical de los vocablos, no siendo frecuentemente el ritmo del vocablo el que marque el paso del tiempo cuando afecta a nuestros sentimientos más profundos. Hoy en día, cultivamos más bien la cultura del hablar por hablar, rellenando espacios indeterminados sin pensar en que «una sola palabra mal dicha es capaz de destruir toda nuestra fortuna», nos amonestará Goethe, maestro consumado del «vocablo justo a su debido tiempo».
Nos solemos refugiar a veces tras el mutismo cuando nos sentimos posibles víctimas de una posible mala respuesta que nos pudiera delatar. No será el silencio reflejando nuestro estado de ánimo ante ese galimatías que se crea colectivamente y que consigue aumentar los decibelios de una civilización que se deja oír a gritos, pues el ruido va apoderándose cada vez más de los espacios humanos. ¿No sería mejor contar con momentos de tranquilidad sin tener que arrepentirse de haber hablado? Y en esto es admirable el pensamiento de William Shakespeare, que, habiendo sido el artífice más consumado del inglés y quizás de todas las lenguas, nos amonesta a «ser reyes de nuestro silencio más bien que esclavos de nuestras palabras».
HECHOS Y DICHOS
Nadie predica mejor que la hormiga, porque no habla. Benjamín Franklin
REFRÁN ÁRABE
El silencio es la muralla que protege a los que piensan.
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