El complicado mundo que nos ha tocado vivir, en esta época de tantos avances tecnológicos y tan poca humanidad, nos lleva a presenciar situaciones aberrantes y paradójicas.
Hay momentos en los que llegamos a pensar, tristemente, que aquí todo vale, que todo se puede cotizar, que los valores que siempre creíamos esenciales, como dignidad, integridad, honradez, o capacidad, son algo trasnochado, que quedó olvidado y machacado, por un consumismo exagerado y unas excesivas ansias de aparentar, de querer figurar a toda costa. Hasta el punto de que ya no importa en absoluto lo que haya que llegar a hacer para estar en determinado lugar, en el momento oportuno.
La sensación de que todo vale, con el fin de participar en el reparto, es ciertamente abrumadora; si no fuese porque alguna vez sucede algo, que hace ver que no siempre tiene que ser así, que todavía existen reductos donde poder respirar el aire fresco, sin tener que tapar la nariz, o mirar para otro lado.
Aquellos que van comprando voluntades, personas o lugares, no estaría de más que recordasen que en realidad sólo se puede adquirir lo barato. Todo aquello que se puede comprar con dinero, cargo o premio, siempre es barato. Lo más valioso en esta vida no tiene precio.
No se puede comprar la salud, ni la dignidad -a quien la tiene-, ni la juventud, ni el cariño, ni tampoco la integridad, ni la honestidad, ni la lealtad, ya que éstas son palabras que no existen en los diccionarios de quienes aceptan ser adquiridos como una mercancía.
Además, conviene recordar que quien lo hace una vez no dudará en hacerlo mañana también, con quien le ofrezca más. No olvidemos que hay determinadas cosas que sólo se pierden una vez -y la vergüenza es una de ellas-, las siguientes ya es más fácil.
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