Ordenadores de bajo coste, ¿para quién?

Dentro de muy poco, todas las tiendas especializadas en informática de nuestro país presentarán en sus escaparates un producto muy apetecible: ordenadores de «bajo coste». Se trata de mini PCs portátiles cuyo precio oscilará entre los 300 y los 400 euros. Ante la inmediata pregunta de cómo puede un ordenador ser tan barato, la primera tentación es buscar una respuesta en la magia de la tecnología. Pero no todo el ahorro es gracias a los avances científicos y la innovación tecnológica, el medio ambiente y las personas también asumen importantes costes que los consumidores finales no pagamos.
En la fabricación de los chips se utilizan grandes cantidades de productos tóxicos como níquel, cromo, zinc, etc. que, en contacto con los trabajadores, pueden producir cáncer, abortos y defectos de nacimiento. Además, para la creación de los ansiados microchips es necesario obtener coltan (material formado por una mezcla de minerales), cuya exportación ha ayudado a financiar a varios bandos de la Segunda Guerra del Congo, país donde se encuentran el 64% de las reservas mundiales.
El consumo de ordenadores está alentado en gran medida por la innovación tecnológica y su corto periodo de obsolescencia. Según un informe de la compañía Forrester Research, para el año 2008 se espera que en el mundo estén en funcionamiento 1.000 millones de ordenadores, de los cuales la gran mayoría serán desechados en un corto periodo de tiempo (el ciclo de vida hoy en día es de dos años). Solamente el 9% de los componentes serán reciclados posteriormente en condiciones infrahumanas por trabajadores indios o chinos, transformando estos lugares en grandes basureros digitales.
En definitiva, este ejemplo ilustra con claridad la desigualdad en el reparto de la riqueza y la ineficacia de la globalización capitalista. La inercia del sistema hace que la máquina vaya cada vez más y más rápido para que unos pocos nos beneficiemos de los adelantos de su potente engranaje y otros muchos sufran en silencio sus incontables defectos de funcionamiento.

Diego Alba Fraga
(Barcelona)

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