Ésta no es la sanidad en la que yo quiero trabajar

El día 4 de agosto, mi padre, una persona de 86 años, iba dando su paseo vespertino por la calle de la urbanización donde vive, cuando, sintiéndose indispuesto, se sentó frente al kiosco de la urbanización y, acto seguido, parece ser que perdió el conocimiento. El dueño del kiosco avisó enseguida a una ambulancia y a mi madre, que vive cerca de allí. Mi padre se recuperó enseguida y quería ir a casa, pero el médico del SAMU creyó conveniente su traslado al Hospital de Torrevieja para su valoración.
Llegaron al hospital a las 19:25 h. Mi madre tuvo que quedarse fuera para dar los datos y, cuando intentó entrar para acompañar a mi padre, no se lo permitieron.
Cuando llegué yo, mi madre estaba muy nerviosa y preocupada por mi padre, porque iba todo sudado y allí hacía mucho frío. Intenté tranquilizarla diciéndole que estaba en buenas manos y esperamos a que alguien nos informara de su evolución. A las 22:00 h., y sin haber tenido noticias de él (en el ordenador de información constaba como «en espera»), me acerqué al celador que estaba en la puerta y le pedí si podía darnos alguna información sobre mi padre. Entró a la zona restringida con los datos y, cuando salió, me dijo que no lo había encontrado, pero que le había dado la nota al supervisor para que se encargara…
A las 23:45 h. vemos a mi padre salir por las puertas de acceso, desorientado, desvalido e indignado, pidiéndome que lo sacara de allí enseguida. No sólo lo habían tenido arrinconado, solo y desatendido en una sala de espera, sino que no le habían hecho absolutamente nada, ni siquiera la anamnesis. Estaba helado de frío al secársele la camisa empapada de sudor que llevaba puesta y había tenido serias dificultades para encontrar un aseo allí dentro.
La explicación que nos dio el personal fue que lo habían estado llamando y que no respondía. Y yo digo: si les consta que ese paciente había entrado en ambulancia y lo habían dejado en una sala de espera interior, lo llaman y no responde, o bien está inconsciente, o bien está muerto, o bien se ha fugado (como anotan ellos en el ordenador) o bien está sordo. Sí señor, mi padre, como muchas personas de su edad, está sordo «como una tapia», y al no haber permitido a ningún familiar estar con él, creo que el hospital ha corrido un grave riesgo. Porque si el paciente no contesta, lo lógico es llamar a los familiares para comprobar si ellos tampoco lo hacen, que ya sería mucha casualidad que también ellos estuvieran sordos.
De todo esto, gracias a Dios, he obtenido un aprendizaje:
«Ya que, como sanitaria/familiar, no quise utilizar mi condición de compañera para «colarme» y el único perjudicado ha sido mi padre, como sanitaria/profesional he tomado conciencia y confío en que los demás también lo hagan, de estar más atenta al entorno que me rodea en mi trabajo para así poder identificar a tiempo este tipo de percances que pudieran degenerar en estas situaciones u otras más graves».
Por supuesto que me llevé a mi padre a casa sin que lo viera ningún médico, ya que cualquiera lo convencía de volver a entrar para que lo valoraran.
Y por supuesto que mis compañeros se enfadaron al día siguiente conmigo por actuar como cualquier ciudadano de a pie tiene que actuar cuando acude a un centro sanitario.

Mª Isabel Trigueros Marín

Sé el primero en comentar

Dejar una contestacion

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.


*


*