El pasado sábado, todos los medios de comunicación del mundo lanzaban al aire una de las noticias más tristes para el mundo de todas las artes… acababa de fallecer en Connecticut (USA) uno de los actores más grandes de la historia del cine, Paul Newman.
Su primera película, «El cáliz de plata» (1954), fue decepcionante para él, aunque su carrera empezó al sustituir a James Dean en «Marcado por el odio» (1955), por la prematura muerte de éste. Sólo dos parejas se le conocen en su vida, la primera sentimental, su esposa, la actriz Joanne Woodward, a la que conoció en el rodaje de «Un largo y cálido verano» (1958), y con la que llevaba casado 50 años. Y otra profesional, Robert Redford, con el que coincidió por primera vez en «Dos hombres y un destino» (1969) y «El golpe» (1973), películas inolvidables que a los ojos del espectador se hicieron inseparables con el paso del tiempo. Muchas fueron las películas protagonizadas magistralmente por él, «La gata sobre el tejado de zinc» (1968), con una bellísima Elizabeth Taylor, «El golpe» (1973) o «El color del dinero» (1986), por la que recibió un Oscar.
Pero el valor de un actor no es cómo lo hace en el cine, con un papel que escriben, sino cómo lo hace en su vida, sin un guión que seguir. Y Paul creó una empresa, Newman’s Own, que donó más de 250 millones de dólares a obras caritativas, y creó una escuela para niños discapacitados. Algunos no vieron jamás una película de Newman. Ni él se hizo jamás fotos con ellos en brazos, como otros actores, con menos pudor, como algunos de los que tenemos en España. De las tres pegatinas que las jóvenes de los setenta lucían en sus carpetas, Brando, Newman y Redford, por desgracia, solo podrán lucir ya la de Robert Redford. Hemos perdido un gran actor y una buena persona, pero nos quedan sus películas, para admirar el azul intenso de sus ojos y el blanco de su alma…
Dejar una contestacion