Queremos hablar bien de la aplicación de la Ley de Dependencia

Sr. Director:
¡Qué triste te pones cuando te gusta escribir, cuando dentro de ti tienes un caudal de elementos y no puedes volcarlo porque en estos momentos la cabeza no rige (no rige lo que rugía)! Pero, ¡qué inmensa alegría sientes cuando los amigos están ahí, te tienden la mano y dicen: «Cuenta conmigo. Aquí estoy».
Quiero contar algunos hechos que me han acaecido recientemente, mas me confundo, se mezclan las anécdotas, me ofusco, me quedo en blanco. Así y todo, se impone una necesidad imperiosa de hacerlo, al menos, de intentar hilvanar los sucesos y los sentimientos que aún retiene mi memoria. Le pido ayuda a Jesucristo (Riquelme) y la obtengo.
En diciembre fui a la fiesta de la asociación de Alzheimer (AFA), en Torrevieja, celebrada en el Teatro Municipal. Era la primera vez que conocía enfermeros profesionales que actuaban de voluntarios. Al verlos, me emocionó observar su trabajo, y el de los enfermos en el escenario. Esfuerzo, denuedo, constancia, ánimo, altruismo. Pero qué decir del personal que día tras día permanece en las trincheras de la primera fila y en retaguardia luchando con amor y perseverancia. No tengo ningún familiar en la asociación, pero hemos de difundir la impagable labor de los voluntarios. Ser voluntario y dar parte de nuestra vida, de nuestro tiempo, a otros es un gesto de autorrealización.
A la semana de presenciar aquella representación teatral tan emotiva, sufrí un infarto cerebral. Me asistieron en el hospital, superé el proceso de paralización parcial y regresé a casa. Quedé mermada, es cierto, pero con movimiento para una vida reposada, aunque siempre recelosa de una nueva recaída. Al día siguiente de mi vuelta a casa, la que tropieza y cae es mi septuagenaria madre, que vive, junto a mis dos hijos, en mi domicilio. Acabo de retornar de entregar mis bajas laborales y, al entrar a casa, me la encuentro tirada de bruces en el suelo. Alarma y lágrimas. Otra vez al hospital. Otra vez con ayuda ajena.
Estando en la sala de espera de las urgencias hospitalarias, tengo el ánimo de coger un periódico gratuito y leer para entretener los nervios. Tropiezo con una sorpresa, con algo imprevisto: hay un proyecto municipal de ampliar el comlejo deportivo de la ciudad. Felicitaciones. Pero, ante el panorama de nuestro futuro, la parte de mi cabeza no infartada, reconozco que una parte muy limitada, me azuza para que exprese mi profundo sentimiento: ¿qué prioridad existe en las cabezas pensantes de nuestros gestores municipales para que prevalezcan proyectos que no son los de la aplicación de Ley de Dependencia? Tenemos una población mayor, tenemos muchos dependientes jóvenes, y pregunta mi limitada mente a la no limitada cabeza política de nuestra ciudad: ¿para cuándo la infraestructura necesaria de los servicios de la Ley de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a Personas en Situación de Dependencia, aprobada por la práctica totalidad del arco parlamentario hace ya más de dos años (Ley 39/2006, BOE de 15 de diciembre de 2006), con el acompañamiento de un plan de financiación para el plazo 2007-2015? ¿Llevamos tres ejercicios presupuestarios sin aplicación generalizada de la ley de dependencia? ¿No somos personas las que llevamos una existencia que, en parte, depende de otras? ¿Éstos son los logros de una política progresista y popular propia del Estado del Bienestar en la España de todos? Necesitamos hablar bien de la aplicación de la Ley de Dependencia. ¿Podremos? Póngannoslo fácil. Pónganse las pilas quienes ostentan la responsabilidad. Luego vendrán las pelas. Y después las palas. Pero, ojo, hay palas que construyen y palas que echen fuera lo que estorba.

Thessy Linárez

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