Ernest Miller Hemingway
Cada vez que nos toca ponernos en contacto con amigos, nos sorprende la prontitud con que logran sortear los problemas que se les presentan día a día, pues es lo que nos especifica como seres que podemos proyectarlos e incluso planearlos como capítulos de una obra literaria, máxime si los convertimos en un juego de palabras del que no disponemos de las ganancias más allá de la tumba, pensaba Hemingway.
Son célebres las definiciones que nos han venido dejando muchos pensadores sobre la Vida. Resumiéndolas en un par de ellas, se podría decir sin ambages que, si para Séneca se trataba de zurcir una serie de eslabones de nuestros deseos por cumplir, para François Mauriac se resumiría en una conversación con nosotros mismos, si bien reduciéndola al simple eco de lo que pretendiéramos expresar.
Dentro de la complejidad de lo experimentado por el escritor americano E. M. Hemingway (1899-1961), no se debiera olvidar que vivir había sido, según él, un tejido de puntos elaborado a base de reiterar una inmensidad de coincidencias que él imaginara cual «estar hechos como un jersey a base de repetirlas una y otra vez». Su entusiasmo por cosas tan simples como enamorarse, darse un chapuzón de agua fría, hacer amigos, pasearse por los bulevares de París o vitorear en una corrida de toros resultaba pegajoso. Sobrevivió a dos conflictos mundiales y a la Guerra Civil española, y dejaba crecer su barba por desidia, aunque con el tiempo llegó a cultivarla con cariño, comparándola a la de Castro aun siendo más canosa. Acabó trágicamente con su vida comparándola a la escena que cierra una gran obra de teatro. Vale la pena leer sus libros, pues en todos ellos se le ve asomar la cabeza como si fuera el apuntador de un escenario, y es el máximo protagonista en tres de sus obras maestras: «Fiesta» (1926), «Adiós a las armas» (1929) y «El viejo y el mar» (1952).
Son famosos sus dichos, y el más impresionante es aquel en que confesaba que «se necesitan dos años para aprender a hablar y unos setenta para acogerse al silencio». Pero ya lo había dicho el maestro de la ironía, Calderón de la Barca, para quien el vivir sería imaginarse actuar en una escena de teatro engañándonos a nosotros mismos con la ilusión de que el tiempo nos pertenece si logramos ver que todo pasa, pues lo escucharíamos como un cuento maravilloso o triste en la pantalla de nuestros pesares.
HECHOS Y DICHOS
Toda nuestra vida está hecha de pequeños detalles. Ernest Miller Hemingway
UN AXIOMA DE CONFUCIO
Si no conocemos realmente la vida, cómo atreverse a hablar de la muerte.
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