Especial Eurovisión: Soraya, ¿«eurorridículo» o «eurovenganza»?

Desde pequeño he sido fiel seguidor del Festival de Eurovisión y me he considerado hasta hace poco parte de ese movimiento pseudo-friki, denominado los «eurofans», pero eso fue hasta que los países del este se integraran en el certamen e hicieran piña, con un descaro vergonzoso, a la hora de elegir la canción ganadora. Pero este año, con la nueva forma de votaciones, 50% voto popular y 50% jurado especializado, decidí darme una tregua «eurofestivalera» y seguir con todo lujo de detalles las peripecias de Soraya, que aportaba una canción pegadiza, con un estribillo en inglés (que eso da mucho caché) y una puesta en escena realmente bien ejecutada. Pero, ¿qué ha pasado para que, con todos estos ingredientes, haya salido un guiso tan indigesto? La cosa tiene una fácil explicación. El ente RTVE, como parte de los países que aportan la casi totalidad de los medios económicos para hacer este evento, está clasificado sin necesidad de pasar por las votaciones previas que se realizaron en dos semifinales, que se celebraron el jueves y el viernes previos a la final del sábado 16 de mayo.
En esas semifinales votan todos los países, hayan intervenido o no en la misma. Para ello, TVE debía emitir en directo las dos semifinales y en tiempo real, con el fin de que los espectadores pudieran votar. Pero he aquí que, el jueves, nuestros avispados dirigentes no emitieron la primera semifinal aduciendo que se estaba emitiendo el Debate del Estado de la Nación. La organización del festival les llamó al orden, puesto que los españoles no pudieron votar a Portugal, ni a Andorra, como sabéis, países muy afines, causando con ello la no entrada de Andorra en la final. Pues bien, no contentos con eso, el viernes, emitieron la segunda semifinal… en diferido. Y a ver quién es el «espabilao» que se pone a votar un evento que se celebró dos horas antes.
Ante ese desinterés demostrado por los jerifaltes hispanos, la UER, el organismo organizador, prometió sanciones… y los jurados de todos los países tomaron nota del bochornoso comportamiento español.
El resultado ahí lo tienen: una miserable penúltima plaza, que, gracias a los 12 puntos precisamente de Andorra, no nos sumió en el pozo de la clasificación.
En cuanto al desarrollo del festival, hay que reconocer que el nivel ha sido mejor que otros años, aunque algunas canciones, y espero estén conmigo, parece como si ya las tuviéramos oídas muchas veces. La puesta en escena de las diversas actuaciones fue una prolongación de la que abrió la gala, «El circo del Sol»… una continua sucesión de piruetas y acrobacias, que más parecía un concurso de «saltimbanquis» que de música.
De destacar el ganador, Alexander Rybak, un chispeante chico que es capaz de tocar el violín con la cuerda rota, que hizo vibrar el «Olimpisky Estadio» (si no suelto el nombre, reviento), e hizo que los noruegos celebraran al día siguiente su Día Nacional con más orgullo si cabe del que lo hacen.
Entre las rarezas, los moldavos, un grupo folklórico que representó la «Danza de Moldavia», y quedaron a mitad de la tabla… el año que viene podíamos mandar los «Coros y danzas de Mondoñedo» y seguro que nos iba mejor.
La cantante ucraniana se rodeó de un tercio de la legión romana, que, casi en bolas, le hacían la corte. Al cantante de Alemania, sus coreógrafos no duraron en montarle un «putiferio» años 20, con cuero y fusta incluida.
Como saben mis seguidores, me encanta curiosear en los parecidos… ¿recuerdan al cantante griego? Era una mezcla de Jaime Cantizano y Toni Manero (Grease), y la oronda chica de Malta era un calco de Teté Delgado.
También, aparte de típicos, hubo tópicos, las turcas y sus danzas de los 7 velos, Armenia con esas Pili y Mili, con una vestido mezcla de Burka y sari indio, o nuestra vecina portuguesa, que mismamente parecía una crecida Heidi, entonando un fado montañés.

En fin, otro año sin comernos una rosca, aunque esta vez la culpa no haya sido de la cantante, que, si llega a saber lo que le esperaba, cuando desapareció del escenario por arte de magia, no vuelve ni a empujones.

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