Una expresión de gran importancia en el ámbito de la piedad popular es el uso de las imágenes sagradas, que, según los cánones de la cultura y la multiplicidad de las artes, ayudan a los fieles a colocarse delante de los misterios de la fe cristiana. La veneración por las imágenes sagradas pertenece, de hecho, a la naturaleza de la piedad católica: es un signo el gran patrimonio artístico que se puede encontrar en iglesias y santuarios, a cuya formación ha contribuido frecuentemente la devoción popular.
Es válido el principio relativo al empleo litúrgico de las imágenes de Cristo, de la Virgen y de los Santos, tradicionalmente afirmado y defendido por la Iglesia, consciente de que «los honores tributados a las imágenes se dirigen a las personas representadas». El necesario rigor, pedido para las imágenes de las iglesias -respecto de la verdad de la fe, de su jerarquía, belleza y calidad- debe poder encontrarse también en las imágenes y objetos destinados a la devoción privada y personal.
Puesto que la iconografía de los edificios sagrados no se deja a la iniciativa privada, los responsables de las iglesias y oratorios deben tutelar la dignidad, belleza y calidad de las imágenes expuestas a la pública veneración, para impedir que los cuadros o las imágenes inspirados por la devoción privada sean impuestos, de hecho, a la veneración común.
Los Obispos, como también los rectores de santuarios, vigilan para que las imágenes sagradas reproducidas muchas veces para uso de los fieles, para ser expuestas en sus casas, llevadas al cuello o guardadas junto a uno, no caigan nunca en la banalidad ni induzcan a error.
Es necesario, sobre todo, que los fieles adviertan que el culto cristiano de las imágenes es algo que dice relación a otra realidad. La imagen no se venera por ella misma, sino por lo que representa. Por eso a las imágenes «se les debe tributar el honor y la veneración debida, no porque se crea que en ellas hay cierta divinidad o poder que justifique este culto o porque se deba pedir alguna cosa a estas imágenes o poner en ellas la confianza, como hacían antiguamente los paganos, que ponían su esperanza en los ídolos, sino porque el honor que se les tributa se refiere a las personas que representan».
Todo lo expuesto creo que clarifica la polémica suscitada por el traslado de una imagen del Sagrado Corazón, que ha estado ubicada en un almacén durante treinta y cinco años, a la iglesia de San Roque y Santa Ana, en la cual no existe otra semejante y, por lo tanto, será objeto de culto, lo que hasta ahora no tenía por su ubicación, a pesar de que los materiales de los que está hecha no reúnen la nobleza de los cánones, pues son de cartón piedra. No es lógico que en una iglesia haya duplicidad de imágenes con una misma advocación, como sería el caso de la nueva iglesia de la ermita que se inauguró el día 26 de junio de 2009 a las 19:30 horas, en la que ha sido instalada una hermosa imagen de talla en madera noble de nuestro Señor Jesucristo en la advocación del Sagrado Corazón.
Está lo suficientemente claro que las imágenes no reciben culto y veneración por ellas mismas, sino por aquello que representan. De lo contario, caeríamos en la adoración de ídolos e imágenes como hacían los antiguos paganos.
Carlos García
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