Pasado el susto, continúan el paseo. No pasan muchos metros cuando no se dan cuenta de que, delante de ellas, un niño (no tan niño) está jugando con su padre (por lo menos le llama papá, aunque ahora está de moda eso de «el novio de mi madre») en la orilla del agua, que es por donde paseamos todos, y también Mª Pili. Estos individuos de los juegos unas veces paran cuando pasa alguien y otras no, y a Mª Pili le tocó el que no. Le arrearon un raquetazo a la altura del hombro, que de rojo pasó a hinchado y morado en pocos minutos. Pobre Mª Pili, le dejaron el brazo inmovilizado y un par de horas de dolor.
Ella siguió su paseo, ¡no faltaba más!, pero ahora estaba más pendiente, miraba más al frente. Tan pendiente iba mirando al frente que no vio a un pequeñín que estaba jugando en la orilla; tropezó con él y cayó al suelo de lado. No se hizo nada visible, pero le dio un dolor en la cadera que tuvo que sentarse unos minutos (Mª Pili ya no cumple los 55). El niño ni se inmutó y siguió con su cubo y pala. La mamá de ese niño estaba a sólo unos metros, pero no se enteró de nada, pues estaba tan ricamente tomando el sol en top-less, y con el MP3 en los oídos.
Mª Pili no se achicó, y, del brazo de su cuñada, siguió su paseo y sus relatos. Ahora los comadreos iban para otra vecina.
Debía de ser muy interesante la charla para no darse cuenta de que se acercaban a un hoyo (más que un hoyo parecía una trinchera), que un adulto, como gracia y estupidez, estaba haciendo en la arena, justo en la orilla, y claro, Mª Pili cayó en la trampa, se metió hasta dentro, a medio muslo le llegó el borde del socavón, y claro, se quedó unos instantes aturdida; pero no hubo sangre. Llegaron los voluntarios de Cruz Roja, que la ayudaron a salir, no con pocos esfuerzos, y la reanimaron enseguida.
Continuará…
Manuel Moral
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