¡Sálvame…! ¡Sálvanos!

Los tomateros que salieron de la pantalla a «hostia viva», capitaneados por el rey de las asaduras, Jorge Javier Vázquez, se han reinventado un programa diario, que, a modo de pócima, sirven después de comer a todo aquel que quiera «potar» hasta las primeras papas.
Todos los personajes que pululan por las páginas rosa de algunas revistas son detalladamente «descuartizados» y expuestos al público con todo lujo de detalles, desde que entran al callista, hasta que «zumban» en la playa con el primero de turno. Pintorescos «tocagüevos» se encargan de «vocear» las hazañas de toda la «quincalla» social, desde la Tita Cervera (la del «braguetazo» y el hijo «Borjapijo»), hasta la inefable Duquesa de Alba, sobando la «cebolleta» de un funcionario de nombre Alfonso.
No contentos con la hazaña, y «pa joder» a Antena 3 y su DEC «Cantizanero», de la productora de Ana Rosa Quintana, se sacan de la manga «Sálvame deluxe» («mierda de lujo») los viernes por la noche. En él, cada uno de los «colaboradores» ha sido semana a semana diseccionado para regocijo y disfrute del un personal que, en directo, y a cambio de un bocadillo de mortadela con olivas, jalea las «cagadas» del entrevistad@. Pasaron por el «patíbulo» Milá, Lidia Lozano y, esta última semana, Rosa Benito, la «cuñadísima» de la Jurado, que entre la herencia de la «más grande» y las calenturas vaginales de su hija Chayo se está llenando el bolsillo… pero ya lo que colma el vaso de la ética es la exposición monográfica durante los últimos quince días de la «académica de la lengua» Belén Esteban, de la cual prometo no volver a hablar «in secula seculorum». Se han permitido esta banda de «chanchulleros» rebatir a autoridades y estamentos, como el defensor del menor, por el mero hecho de advertir a la susodicha Belén de que estaba sobrepasando el límite de exposición pública de su hija, despachándose a diestro y siniestro, contra todo lo que se movía, desde el padre la criatura, Jesulín, su mujer. la «Campanario», y lo que atufara a familia Janeiro, arropándolo con aplausos de los del bocadillo.
Un espacio prescindible, para un público más propio de un circo romano que de un programa de televisión que cuente noticias sociales y desenfadadas.
«¡Sálvame!», dicen ellos… «¡Dios me salve!», digo yo.

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