Joaquin Andreu
Coordinador comarcal de UPyD
Andaba un mercader con su carro llevando vino a la taberna, y encontró a un monje con su caballo herido, le acompañó a la taberna y se tomaron unos vinos. Al terminar, el monje quiso pagar, y al negarse el mercader, se quitó la capucha del hábito y todo el mundo lo reconoció como el Rey de Aragón. El plebeyo se arrodilló y se puso a llorar. «¿Qué le pasa?», preguntó el Rey. «Mi mujer ha muerto por un «pipirijate» (síncope o desmayo), y mi hijo por un dolor miserere (un cólico de apendicitis)», balbuceó el plebeyo. «¿Mis cortesanos no tenéis sanidad pública?», inquirió el monarca. «Sí, pero murieron en la cola, esperando al mago».
Aquel Rey, que era «omme güeno», quiso investigar esa situación increíble, y se disfrazó de monje otra vez, para visitar a unos cuantos médicos de sus condados. Se acercó primero al condado de Orihuela. Desembarcó en Torrevieja, un pueblo de pescadores que tenía fama de tener los nuevos inventos de sanidad y muchas colonias de árabes, griegos, italianos… Al entrar donde los médicos despachaban, éstos le preguntaron qué le pasaba. Su Majestad se quejó de un dolor en el pecho que ya conocía tres años antes, y le pidieron la SIP. «No tengo SIP», informó el Rey, «soy de la Corona de Aragón y tengo DNI mágico», añadió; ante su sorpresa, le comentaron: «debe usted ir a Aragón, para que le traten allí». Ante esto, replicó: «pero si el Rey paga por nosotros a todos los médicos», a lo que el funcionario le confesó: «el Rey paga a los nobles locales, éstos a unos mercaderes, que son quienes nos pagan a nosotros, pero sólo por salvar a los súbditos de este condado». Cuando el Rey no pudo más, se quitó la capucha, y ante su asombro, nadie se arrodilló. «¡Soy el Rey!», gritó enfadado, a lo que el trabajador preguntó: «¿Traéis dinero?». Incrédulo, el Rey volvió a preguntar: «¿no sirven mis leyes, que cubren la sanidad de todos mis súbditos?». «No», replicó el trabajador, «usted cedió competencias a los Condes y éstos solo cubren a sus súbditos locales». El Rey no se podía creer que el dinero para la sanidad de todos se repartiera de diferentes formas, pero quiso seguir investigando. «¿Cuánto dinero necesita?», preguntó al empleado; «cien ducados al mes el resto de su vida, o un diezmo de maíz, tres de trigo y 40 carneros si hace un solo pago» le respondió. Como era «omme güeno», quiso seguir investigando, hasta el final; firmó el compromiso de pagar mensualmente y le atendió el médico.
Tras aproximadamente tres minutos atendiéndole, le aconsejó no operarse, sin ni siquiera reconocerle. Tanto insistió el Rey que el médico le dio cita para el especialista, 10 meses después. El Rey sabía que en el Condado de Barcelona le habían operado de su enfermedad en sólo 10 días, pero no se quejó de los 10 meses para ver hasta dónde llegaban las diferencias. A los 10 meses acudió a la cita, donde le remitieron al mago, que le prepararía una pócima para dormirle en la operación, pasaron 8 meses más, pues se caducó la pócima y tuvo que renovar la cita varias veces.
Llegó finalmente el día de la operación, y ya en manos del cirujano, entró un empleado informando de que la última mensualidad de cien ducados no había sido abonada. El Rey insistió en que le operaran, que eso era un error, pero le tocó pagar de nuevo. Finalmente, el Rey durmió y le operaron del pulmón, nadie se dio cuenta de que ya le habían operado con anterioridad. Al despertar reprochó airadamente al médico su error: «Caballero, nos vemos en los tribunales», le dijo. Por supuesto, el Rey ganó el juicio, pues disponía de escribanos reconocidos y «leídos de sus propias leyes», pero poco le duró la satisfacción: el consejero de asuntos médicos le advirtió: «Majestad, con la multa impuesta a los mercaderes que pagan a los médicos, se han quedado sin dinero y los médicos, pues, sin trabajo, sólo nos queda subir los impuestos para poder seguir dándoles sus maravedíes a los mercaderes o vuestros súbditos morirán sin ayuda médica». El Rey recapacitó unos minutos y finalmente dijo: «Hágase».
Cada año, mueren decenas de miles de españoles en todas las comunidades por motivos evitables, y gran parte de la culpa no es sólo de la mala gestión, las redes clientelares, la malversación, el derroche, etc., sino también de la división de competencias. La fabula anterior está basada en 5 historias reales, que son excesivamente frecuentes.
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