La primera vez que vimos a «Réspide» nos quedamos como hipnotizados, por su tamaño y aquel lomo negro, erizado, que daba pánico; pero el animal era noble, al menos con los niños. Anduvo reptando por entre los arados rotos, discos, neumáticos y el resto de los útiles inútiles de labores del campo arrinconados en aquel enorme cobertizo, donde todo iba a parar, y donde «Réspide» aprovechó para hacer su nido y ser la reina de las culebras, con casa propia. Como cosa de chiquillos, cada tarde acudiamos al lugar y la llamábamos: «¡Réspide… Réspide…!». Allá que se oían rodar piedrecillas y pequeños cantos hasta que aparecía, ¡pero ya no erizaba el lomo! Sino que acudía hasta cierta distancia para que le echáramos trozos de bocadillo, que ella engullía lentamente. Allí empezamos a llevarle agua y trozos de pan duro, viendo que al día siguiente todo habia desaparecido. Por lo menos seis meses mantuvimos esa «relación» tan peligrosa con el ofidio todos los críos.
Un día vino una cuadrilla de albañiles para derribar unos pesebres y hacer allí un garaje para el coche del «señorito». La pobre «Réspide» huyó despavorida a causa del ruido. Entre los escombros apareció un nido con más de 50 culebras (sin duda hijas suyas), que fueron matadas por los obreros, salvo alguna que pudo escapar al campo. Desde entonces, nunca más volvimos a ver a nuestra amiga. Cuando se lo comentamos a los mayores, casi les da un patatús, ante el miedo a que ese bicharraco nos hubiera comido o nos hubiese envuelto en sus anillos.
A veces pienso si «Réspide» sería de la rama de la serpiente del Jardín del Edén, ésa que tentó a Eva, ofreciéndole la fruta prohibida del árbol del Bien y del Mal.
Este refrescante artículo me recuerda historias remotas. Historias de cuando los niños (incluso los muy pequeños como yo) llegaban del colegio, cogían la merienda (muchas veces pan con chocolate) y salían a jugar en las plazas y en los solares de esa zona muy antigua de Zaragoza donde yo vivía y sigo viviendo. Nosotros, bajo la jefatura de mi hermano mayor y cuidador, jugábamos en la «tapia del cojo» solar del antiguo hospital militar que se llamaba así porque lo cuidaba un señor que cojeaba y, la verdad, tenía muy poca paciencia con la chiquillería que invadía sus dominios.
Cuántas «guerras a tusazos» (tusos llamamos en aragón a las piedras)hemos peleado en ese erial plagado de escombros y sabandijas, cuántas veces hemos jugado a Tarzán saltando de montón en montón de piedras… Nunca encontramos compañera de juegos tan especial como Réspide, tal vez porque el campo estaba lejos, tal vez porque era especial y sí era una descendiente de aquella serpiente tentadora, tal vez… era una serpiente marina que se acercó a los niños porque siguen siendo lo más puro de corazón que existe.
Me encanta despertar ern ti esos bellos recuerdos,mi buena amiga,Maria-Dolores—–¿POrke no te animas y escribes en mi espacio para k todo el mundo sepa lo buena k eres contando anécdotas y sucesos de tu infancia;es lo k yo hago,contar cosas k a la gente le gusta y se rien con ellas—Mi página esta a tu disposición para k pongas lo k kieras—Alli encontrarás recetas de cocina,fotos,poemas mios inéditos y varias cosas,mas,pero me faltas tú alli,para k esté completo—un besito,amiga