¿Para qué sirven las urgencias ambulatorias?

En la madrugada del 4 de agosto del 2010, mi marido, Miguel Morales Pérez, falleció, y aunque me esforcé, no pude evitar que cayera desplomado a mis pies. Tenía sólo 64 años y un montón de planes de futuro, planes que, por desgracia, ya no podrá realizar.
Según la autopsia, la causa de la muerte fue «shock hemorrágico por rotura de un aneurisma en la aorta», es decir, murió desangrado por causas naturales. Cuando ocurre esto, el paciente debe ser trasladado urgentemente a un centro hospitalario y, aún así, la probabilidad de que sobreviva es escasa, ya que deben coincidir diversas circunstancias: el paciente debe ser, rápidamente, atendido, diagnosticado e intervenido quirúrgicamente en el hospital, no debe haber perdido un volumen elevado de sangre, la pérdida de sangre no debe haber afectado a ningún órgano vital, debe haber un cirujano vascular disponible… Vamos, que es casi como que te toque la lotería.
Apenas 3 horas antes del fallecimiento, acudimos al servicio de urgencias del ambulatorio de la Loma (Torrevieja), ya que mi marido comenzó a sufrir un intenso dolor en la zona lumbar, dolor que él, que había padecido varios, confundió con un cólico nefrítico. Parece ser que, cuando hay una hemorragia interna, se dan 2 síntomas característicos: la palidez y la baja tensión arterial; pues bien, la doctora que nos atendió reflejó en el informe de alta que mi marido estaba pálido, aunque no comprobó su tensión, a pesar de que se medicaba para la hipertensión y así consta en el informe. Puedo entender que mi marido se confundiera, pero no puedo aceptar que un médico de urgencias no sea capaz de diferenciar un cólico nefrítico de una hemorragia interna.
Nunca sabré si mi marido se habría salvado si la doctora T.T. hubiera decidido enviarlo al hospital en vez de a casa con un escueto informe de alta donde se despide con la frase «si peor, volver». Siento profundamente que, a pesar de que empeoró, ya no nos diera tiempo a volver.
Nada de lo que haga me va a devolver a mi marido, pero me gustaría reivindicar nuestro derecho, después de toda una vida trabajando y cotizando, a disponer de una Sanidad Pública competente, en la que los protocolos de actuación estén claramente definidos (para minimizar, en lo posible, los errores médicos) y en la que un servicio de urgencias sea capaz, al menos, de sospechar que la dolencia de un paciente reviste la gravedad suficiente como para que se le derive a un hospital, porque, si no, ¿para qué sirven las urgencias ambulatorias?

Manuela Fernández Catalá

Sé el primero en comentar

Dejar una contestacion

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.


*


*