(José Saramago)
De vez en cuando vale la pena concentrarse en la vida y obra de algún personaje célebre. Yo no lo había hecho aún sobre José Saramago hasta que esta tarde me ha llegado un programa con varios de sus dichos en que reflexiona sobre los valores humanos cuando los compartimos con otros.
Y, puestos a escoger entre repasar sus memorias o seguir la lógica interna de sus pensamientos, he preferido elegir lo último, pues pretende detener la acción corrosiva del tiempo que nos arrastra, pensaba Marco Aurelio, desde el momento mismo en que nacemos. Y pensé que una manera de aplacar esta sensación sería fijarme en algunos de los dichos de Saramago que me habían llegado como mensajes electrónicos en forma de sentencias aclaratorias: «Yo no invento, sólo miro por detrás de lo que ya existe», centrándose en examinarse a sí mismo antes de ver lo que tenía delante: «Dentro de nosotros existe algo que no tiene nombre y eso es lo que realmente somos», escribía.
Me ha tocado repetidamente encontrarme con sus dichos en los paquetillos de azúcar que ponen con el café y que me hacen sentir más cómodas las mañanicas frías del otoño. Uno de ellos, cuando me sentía traicionado por las malas noticias que llegaban con el periódico, me esclarecía mis sentimientos de incapacidad relacionándolos con las enfermedades que se nos pegan sin apenas darnos cuenta. Saramago las coloca entre los virus del ambiente que sólo se curan si logramos salir de nuestro entorno: «Los peores males del presente», pensaba él, «tienen mucho que ver con el sentimiento de incomunicabilidad que se crea con la proliferación de las nuevas tecnologías, si no se ha logrado adaptar la mente a su uso razonable».
Y, puestos a resumir el tema del tiempo, me ha impresionado la manera poética de representármelo como «el espacio que existe entre nuestros recuerdos», según Henry Frédric Amiel, que lo consideraba como una forma de pensar que su paso no nos es ajeno. Así lo analizaba ya nuestro Séneca para quien «lo único que realmente poseemos es el tiempo», por más que lo dejemos transcurrir impunemente. Vida y tiempo debieran, pues, fluir a la vez y su efecto nos llevaría a encontrarnos a nosotros mismos, aunque se pretenda ignorar su paso conectando una pantalla o subiendo el volumen de una melodía que no nos interesa realmente, evitando así que los instantes transcurran como si se tratara de los latidos de nuestra mente cuando trata de recobrar lo ya vivido en el pasado.
HECHOS Y DICHOS
Tengo la edad en la que las cosas se miran con más calma, pero con el interés de seguir creciendo. José Saramago.
SENTIMIENTO ORIENTAL
El tiempo no se come, pero produce un hambre voraz.
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