Migas asesinas

El tío Alejandro estuvo todo el día purgando. Para ello se tomó, en ayunas, un botecito de aceite de ricino; luego, su mujer hizo un caldo con gallina del que bebió varias tazas, hasta tener el cuerpo completamente limpio. Al dia siguiente, en el campo, prepararon unas migas con torreznos, chorizo y ajos, plato que era el favorito de Alejandro, que se puso «morao»; además, junto con las migas, comió aceitunas, naranja, trozos de queso… O sea, un plato que, si lo comiéramos hoy en día, se nos dispararían los niveles de colesterol, triglicéridos o glucosa, pero ellos, acostumbrados al duro trabajo del campo, quemaban rápidamente tantas calorías. Al rato de comer las migas, Alejandro sintió una tremenda sed, asi que se acercó al arroyo y bebió hasta hartarse, cosa que no se debe hacer, pues las migas se esponjan en el estómago, produciendo un cólico cerrado que hace morir reventado al individuo, y más al día siguiente de una purga, que hay que comer con moderación. Esa noche empezó el hombre a sentirse mal, pues no podía devolver, evacuar ni ventosear. Las comadres del pueblo le hicieron mejunjes con yerbas, que él tomaba sin rechistar; también las curanderas le dieron masajes en el abdomen con aceites, pero su estomago estaba cada vez más hinchado y el enfermo estaba como grogui. Fue una noche larga, en la que todos los aldeanos que estaban mas o menos emparentados con él no pegaron ojo. Allá, al amanecer, Alejandro, todo abotargado y medio inconsciente dentro de su dolor, lanzó un grito y se oyó como algo que reventaba dentro de su organismo. Así murió a causa de unas migas asesinas.

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