La marca perenne

En casa había unas costumbres, hoy desfasadas, que todos teníamos que acatar. Mi padre era el que cortaba el pan en la mesa, las mujeres sólo bebían agua y los chicos, hasta que no volvían de la «mili» con 23 años, no tomaban alcohol y nadie fumaba delante de papá; había que esperar a que se sirviera la comida para empezar todos a la vez, pero, años antes, se metían las cucharas en el lebrillo de barro, porque nadie tenía plato, excepto mi abuelo Francisco, que usaba uno de hoja de lata de cuando la guerra del 21, que, aunque ya era mayor, estaba bajo la bandera y fue llamado a filas.
En el reemplazo de marzo de 1951, mi hermano Manuel entró en quintas y desde la Caja de Reclutas de Ronda fue enviado a la base de Zorroza (hoy inexistente) de Bilbao, pero antes tuvo su «bautismo». Me explico; el «bautismo» de un mozo era llevarlo un adulto al lugar donde se compra sexo, y, además, pillar su primera borrachera. De ese menester se encargó Bocos, un hombre viudo y con 5 hijos, que también necesitaba echar una canita al aire. Según contaba luego, mi hermano se asustó y salió corriendo del burdel, metiéndose en un bar llamado «La Campana», que estaba detrás del convento de las Recoletas. En su inocencia de muchacho campesino y noble, le contó al cantinero lo que pasaba y éste le dijo: «No te preocupes, zagal, tómate un sol y sombra (coñac con anís) y verás el mundo de otro modo». Acudió Bocos al rato y allí empezó la juerga de guitarras y bebida. A las 6 de la mañana, mi hermano montó en la bicicleta como pudo, dándose un batacazo que le dejó la barbilla partida en 2 y la cicatriz para toda la vida. Mientras arrojaba todo lo que tomó, gemía: «¡¡¡El hijo p… de Bocos, la que me ha liado!!!».
Mi hermano Manuel siempre fue un hombre trabajador y serio, pero cuando veía a Bocos trataba de esquivarlo, jajajajaja.