Lunes
El ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, en unas recientes declaraciones, nos anunciaba la necesidad de establecer nuevas leyes con las que castigar penalmente a aquellos políticos manirrotos. Es indudable que las leyes en tal dirección ayudarían, pero siempre y cuando hubiera intención de aplicarlas y siempre y cuando hubiese jueces, policías y funcionarios suficientes y con los medios adecuados para hacerlas cumplir. En tal sentido se manifestaba recientemente la señora Cospedal, pero obviando y saltándose a la torera, un código, el ético del Partido Popular, que ahora queda en el más absoluto de los olvidos.
Martes
O sea, que según el sr. ministro, gente que construye aeropuertos sin aviones, Terras Míticas, estatuas a imágenes de Ramsés II, obras faraónicas de nula rentabilidad social, maquetas a precio de oro con la firma Calatrava, etc. acabarían con sus huesos en la cárcel por dilapidar y malgastar el dinero público. Pues, qué quiere que le diga, sr. ministro, que no me lo creo. Y no me lo creo porque lo más sencillo y ejemplarizante es que su partido, con su código ético, hubiera empezado a funcionar con todo aquel político imputado y en espera de procesos judiciales. Y esto, que yo sepa, hasta la fecha no ha ocurrido.
Miércoles
Me veo rodeado de profesionales de la educación en la manifestación que tuvo lugar en Alicante para la defensa de la educación pública y los brutales recortes efectuados al profesorado.
Paco, profesor de Historia de un instituto de la provincia, con el que comparto consignas y recorrido reivindicativo, me comenta: «La educación es el motor del desarrollo social, y es a través de ella como podemos vencer la pobreza y la inseguridad que nos agobia, construyendo un mejor futuro para cada una de nuestras familias». Nubarrones de desesperanza y abandono son los que se ciernen sobre el futuro de la educación en nuestra comunidad. Con estas reflexiones y nuestra indignación, seguimos caminando por la calles de Alicante al grito de «No hay pan para tanto chorizo».
Jueves
Observo que un elemento diferente y nuevo se suma al paisaje que contemplo a diario cuando paso por la playa de los Náufragos. Allí esta ella, grande, hermosa, tremendamente visible, para sonrojo y vergüenza de más de un político, si es que todavía les queda alguna pizca de ella.
La pala penetra incesante en las entrañas y profundidades de la playa, abriéndose paso hacia el mar. Hago un esfuerzo supremo, intento poner en orden mis ideas y recupero en mi mente documentos sonoros de años atrás, cuando se inició el proyecto de ubicación de la desalinizadora en Torrevieja. Uno decía: «No pasaran por las calles de mi pueblo, sacaré a todos los ciudadanos a la calle»; otro, que la enfermedad de la «testiculitis» iba a atacar a todos aquellos que bebiesen este agua. Ya me imagino a todos los torrevejenses con los huevos gordos, o sin huevos, porque realmente los efectos secundarios de esta enfermedad inventada para la ocasión, la «testiculitis», se desconocen. O aquel otro concejal que, en un programa de radio local, decía que era un gran estudioso del tema y que no se consentiría la destrucción de no sé qué pradera. Y yo ahora me pregunto: ¿dónde están esas voces? ¿dónde esos discursos y argumentos? ¿qué es lo que nos tenemos que creer los ciudadanos? ¿con qué nos quedamos? La pala sigue parsimoniosa su trabajo, sin dificultad, escudriñando las entrañas de mi «playica» de toda la vida.
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