«A río revuelto, ganancia de pescadores». Así que vamos a aprovechar el revuelo que hay con el Juez Garzón y los casos de la «memoria histórica» para contaros un hecho verídico, ocurrido durante la contienda bélica de los años 1936-39, en España. Yo aún no había nacido, pero sí oí muchas veces el relato y llegué a conocer a la autora del suceso. Era una noche cualquiera de la Guerra; entraron en la aldea tropas del bando nacional, buscando gente «roja», para darles el «paseíllo». Fueron dando patadas y abriendo bruscamente las puertas de las míseras casas, donde descansaban las gentes humildes, trabajadores del campo y analfabetos, sin asomo de ideología política, civil o militar. Sacaban a los hombres, a empujones, a la calle y allí les daban patadas y golpes, para que confesaran quién era traidor a la Patria (o sea, «rojo»), y ellos, ignorantes de qué iba aquello, callaban obstinados, lo que acrecentaba las iras de las hordas descamisadas y sangrientas. A los más infelices los dejaron en sus casas, pero a los «gallitos» que se pusieron altaneros, queriendo hacerse los héroes, los subieron a un remolque militar y allí los dejaron, custodiados por la Guardia Nacional. Llegó el turno de darle la patada en la puerta de los «Cuatro», nombre que les venía de haberse casado dos hermanas gemelas con dos hombres que también eran hermanos gemelos. Al ruido y los golpes, salió Luisa, exclamando: «¡Ya va!, pues vaya prisa». El cabecilla de la tropa dijo: «A sus órdenes, señora. ¿Vive aquí un tal Rafael?». «Sí, señor. ¿Para qué lo necesitan?». «Dígale que salga, que le vamos a dar un paseíllo, para interrogarlo». Ella sabía lo que esas palabras significaban; sus carnes temblaron al pensar que iban a matar a su marido, pero, en una fracción de segundo, su mente se puso en marcha: «¡Ellos no conocen a Rafael, es de noche, así que llamaré a mi cuñado Francisco y, al ser gemelos, no notarán la diferencia!».
Continuará…
Imagino como terminó el pobre hombre, de pase no???