Te llevaré mientras viva (I)

La vida, aunque a veces tratemos de disfrazarla con risas y alegrías, es puro dolor, sinsabores y luchas cotidianas. De vez en cuando se destaca algo singular que nos distrae del tedio, tendiendo una cortina invisible entre la realidad o fantasía. Aparte de estas filosofías trasnochadas, vamos al meollo de la cuestión que hoy nos trae aquí. Se refiere a Álvaro y Maravillas, dos niños que se crían juntos en la aldea, en la que también habían nacido sus padres y abuelos. ¡Quizá, con el correr del tiempo, ellos también se casarían y sus hijos y nietos deambularían por los mismos lugares! Aquello parecía una cadena interminable de generaciones eslabonadas. A los 14 años ya empezaban ellos a tontear, pero, según iban pasando los años, aquello se convirtió en algo tan grande, tan enorme, que los desbordaba. Maravillas miraba embelesada a su novio, y su corazón le decía que en todo el mundo no había otro como él. Álvaro tenía la certeza de que ella sería su esposa, la madre de sus hijos y que se harían viejecitos juntos ¡Ah, el hombre propone y el demonio se mete por medio! Llegó la hora de cumplir con la Patria, y, a los 20 años, Álvaro fue destinado a Ceuta. Allí quedó toda la familia llorando y Maravillas destrozada. Habían pasado 5 años desde que acabó la guerra y la gente tenía que emigrar a otros países como Alemania, Rusia, Argentina o Francia; otros se iban a los «madriles», donde decían que los perros se ataban con longanizas, de tanta prosperidad, o bien a Barcelona, zona industrial por excelencia, donde faltaban brazos para la producción de sus telares. En la familia de Maravillas, los primeros que se fueron a buscar fortuna fueron el padre y los hermanos, que se asentaron en Tarrasa (Terrassa), haciendo de «paletas» y encofradores en las obras.

Continuará…

Sé el primero en comentar

Dejar una contestacion

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.


*


*