El negocio de la imagen mueve millones, pues ésta se ha erigido hoy en tarjeta de presentación no sólo personal, sino de toda empresa que se precie. La mujer es constantemente bombardeada desde los medios informativos a seguir una moda que a veces se convierte en su enemiga, cuando debería acompañarla filialmente en su personalidad y talentos. Lo femenino se diluye, temporada tras temporada, dejando paso a tendencias que asaltan la intimidad sexual de la mujer, reduciendo la moda a un escaparate de anatomía corporal, desvestido en demasía, incapaz ya de salvaguardar la intimidad de la portadora. Lo maravilloso de vestir a la mujer es que el diseñador puede arroparla con calidez, dando paz a su espíritu en lugar de levantarlo en pie de guerra, dotando al abrazo de su cuerpo de colores y matices, telas y texturas. Los adláteres masculinos, acostumbrados ya a compartir fémina con los visitantes callejeros o de puertas adentro, dado el grado de exposición visual al que ella los somete, deberían protestar, porque ¿dónde quedó la exclusividad de la pareja, la fidelidad en el matrimonio, el ser el uno para el otro? La moda sí, gran cosa es, cuando la imperfección se vuelve más tolerada al abrigo de un inspirado corte, de un acertado patronaje y del buen gusto, que debe armonizar con el alma de la mujer, si quiere de verdad, favorecerla.
Eva N. Ferraz
(Barcelona)
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