Isócrates
No todo lo que resplandece es oro ni sólo brilla la plata, pero las antiguas máximas conservan mejor su naturalidad que los vetustos retablos barrocos que envejecen en las antiguas iglesias. Los aforismos rellenan columnas salomónicas de términos que se cruzan sin confundirse: máximas, preceptos, sentencias (refranes, citas), proverbios o axiomas que asemejan los primeros balbuceos de la filosofía y resulta, no obstante, imposible llegar a sus verdaderos orígenes, pues nos confundiríamos con la infinidad de las tradiciones orales de los pueblos.
No todos los pensadores tratan a los aforismos benévolamente, según aquello de que lo popular aboca a lo confuso: «Odiemos las máximas; la vida es ondulación, no síntesis», escribió el novelista galo Henry Boyle Stendhal como analista de costumbres. Parece, no obstante, un tema de delimitar a las nuevas generaciones a partir del romanticismo, pues los instalados en las raíces del pensamiento ven en las sentencias el comienzo de la filosofía como un análisis del pensar con letras mayúsculas. Johann Wolfgang Goethe las considera como «colecciones que forman el mayor tesoro del mundo».
Los escritores se ceban en citar proverbios y axiomas no precisamente para rellenar huecos, sino porque «consignaban las verdades que se extraen en la vida práctica».
HECHOS Y DICHOS
Hay palabras y máximas con las que se puede aliviar el dolor presente y aligerar gran parte del mal. Horacio.
PROVERBIO DE SABIDURÍA POPULAR
Hay que llamar al pan pan y al vino vino.
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