Menos mal que me desperté a tiempo, porque al lado de mi cama ya estaba saliendo de una vaina gigante un ser muy parecido a mí, aunque con algunas diferencias: cejas depiladas, muy coqueto, con corte de pelo al estilo robótico-militar (rapado en los laterales y cresta con gel fijador), brazos «Suachenajer» y camiseta ajustada pero que se pueda subir con facilidad para mostrar a las «chonis» su tableta de chocolate abdominal. Este engendro estaba como hipnotizado por una pantallita que llevaba en su mano, hablaba en automático o balbuceando monosílabos, lo único que le entendí fue: «vuélvete a dormir o te arranco la cabeza». Yo en verdad pensé que quería arrancarme la cabeza para hacer un intercambio, porque obviamente la suya debía de haber sufrido algún desperfecto al no culminar su proceso embrionario. Pero no… me confundí, era así; el proceso se había completado satisfactoriamente. Lo descubrí al ver a otros individuos transmutados con idéntico comportamiento: escaso coeficiente intelectual y un ego superlativo. Parece que después de la generación «Ni-Ni» llega la generación «Paké» (¿«Paké» voy a estudiar? ¿«Paké» voy a trabajar, si puedo estar siempre de fiesta?). Alerta: se extienden como un virus, exponencialmente, y aún no han descubierto vacuna. Por ahora, el único remedio casero que funciona es dormir con un ojo abierto, haciendo crucigramas o leyendo un buen libro.
Rafa Zamora Sancho
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